viernes, 30 de noviembre de 2012

5.- Cuerpo diplomático y Gobierno republicano



5. EL CUERPO DIPLOMÁTICO Y EL GOBIERNO ROJO

La nueva misión En julio de 1936 el Cuerpo Diplomático estaba representado en España, casi en su totalidad, pero ninguno de los embajadores de los grandes estados europeos o americanos se encontraba en Madrid.
Estaban veraneando en el extranjero o en San Sebastián. Su seguridad también hubiera peligrado, pero mucho menos que la de los señores de segundo o tercer rango que los tuvieron que representar; aunque éstos, a pesar de toda su habilidad y su mejor voluntad, carecían frente al Gobierno Rojo, de la capacidad de presión que hubieran podido ejercer los verdaderos titulares de las representaciones de sus Estados. Muchos acontecimientos hubieran ocurrido de distinta manera, en los primeros meses, si por lo menos Europa hubiera estado representada por primeras figuras.
Así las cosas, el "equipo de emergencia" tuvo que ver cómo se las arreglaba para sacar el mejor partido posible de la situación. Y fue mucho el bien que hicieron, a base de espíritu de sacrificio, perseverancia y amor a la humanidad. Unos pasajes de un artículo, relativo a la actividad desarrollada por el Cuerpo Diplomático, que debemos a la pluma del insigne diplomático Edgardo Pérez Quesada, a la sazón Encargado de Negocios de la República Argentina, deberían despertar el interés respecto a la acción ejercida por el Cuerpo Diplomático en aquellas circunstancias, por lo que a continuación lo transcribimos:
"El Cuerpo Diplomático se vio abrumado, a consecuencia de la trágica situación de España, con deberes que excedían, en gran medida, de los que, en tiempos normales pueden corresponder a las representaciones extranjeras, y ello con tan imperiosa urgencia, que no atenderlos hubiera significado traición. Puedo asegurar que todos los diplomáticos dieron en este sentido el máximo rendimiento que podían dar. Se produjo una auténtica competición. Y todo los deberes que con arreglo a nuestra estimación eran ineludibles, se cumplieron. Tal es nuestra mayor satisfacción.
Las dificultades anejas a todo ello eran importantes. Teníamos que desenvolvernos en una atmósfera cargada de apasionamientos y tendencias desfavorables provocadas por la guerra civil más terrible y sangrienta que registraba la Historia. El más mínimo paso en falso, la simple apariencia de una actitud partidista, podía interpretarse como una inclinación por algo que desentonara con la absoluta neutralidad de nuestra actuación. Y ésta, sin embargo tenía que ir encaminada, obligada por las circunstancias, a proteger la vida y los intereses morales de aquellos que sufrían persecución, aunque no fuera por parte de los organismos oficiales, pero sí de aquellos que por su relación y su colaboración con dichos organismos, constituían una de las fuerzas en lucha.
Una vacilación, un paso atrás asustadizo o el temor de ir demasiado lejos, hubiese podido tener como consecuencia en muchos casos, la pérdida de una vida. Por otra parte, una intervención excesiva o un paso demasiado audaz hacia adelante, podría provocar la desconfianza de las autoridades que, en el ejercicio de su cargo, vigilaban cada movimiento del Cuerpo Diplomático.
Todo ello exigía un tacto muy especial que, si ya en tiempos normales era absolutamente inevitable para ejercer la diplomacia, era ahora tanto más indispensable cuanto que los problemas que había que resolver no eran objeto de contratos administrativos ni de visitas protocolarias.
Se trataba, nada menos, que de evitar ejecuciones clandestinas, de obtener la libertad de aquellas gentes contra las que no existía acusación formal alguna, de ejercitar el derecho de asilo, en una medida tan amplia, como hasta entonces no hubiera podido soñar el defensor más convencido de esta humanitaria ayuda mutua entre pueblos civilizados y, con todo ello, arrancar a las víctimas de las garras de la crueldad. Juntamente con esta actividad, visitar a los heridos, ayudar a los necesitados, cooperar a la salida del país de víctimas inocentes de la guerra, y facilitar alimentos y ropa a una población que tras todos los sustos padecidos a causa de esta lucha, además había de enfrentarse con un invierno de hambre y con el riesgo de morir de frío.
A la Diplomacia se la ha hostilizado, se la ha combatido como a algo superfluo y artificial. Sólo se ha querido ver en ella lo externo, es decir la parte festiva y protocolaria de sus funciones. La guerra civil española, que tanto ha destruido y que en gran medida ha desvelado la imperfección humana, destacó, sin embargo, también ante el mundo algo positivo, -¡que la Diplomacia sirve para algo más que para lucir bonitos uniformes y participar en fiestas de gala! La Diplomacia en España demostró plenamente su validez. Me siento orgulloso de pertenecer a ese grupo de hombres que ejercieron su actividad en Madrid en aquellos trágicos días".

El Frente Diplomático
Ante la presión de una situación tan peligrosa, el Cuerpo Diplomático con representación en Madrid se unió más estrechamente de lo que es habitual. En su decanato, la Embajada de Chile celebraba con cierta frecuencia sesiones en las que se trataba de los intereses comunes, que lo eran casi todos.
Se puede decir que en dichas reuniones reinaba un tono natural de camaradería y de mutua buena voluntad con la mejor disposición para colaborar en ayuda de los perseguidos y que podría servir de modelo como una acción humanitaria ejemplar.
No había intrigas; a las cosas se las llamaba por su nombre y los consejos se daban con arreglo al leal saber y entender de cada cual. Al Gobierno le resultaba un tanto incómoda esta noble solidaridad interna del Cuerpo Diplomático; sobre todo con ocasión de aquella sesión a la que asistió Álvarez del Vayo, en su calidad de Ministro de Estado (Asuntos Exteriores), y que en su escrito al Decano del Cuerpo Diplomático, no disimuló su disgusto con respecto a la actitud de la colectividad diplomática. Si bien no es éste el lugar adecuado para comentar tales relaciones, mencionaremos solamente algunos casos especiales.
Pasadas las primeras semanas, -en que las reuniones diplomáticas se dedicaban, sobre todo, a tratar del traslado de los súbditos de estados extranjeros con residencia en España, traslado que en medio de la inseguridad reinante presentaba toda clase de dificultades en cuanto a los bienes y a la vida misma de nuestros protegidos- tuvo que empezar el Cuerpo Diplomático a preocuparse de su propia seguridad. Por parte de las milicias, acostumbradas a no tomar en consideración más autoridad que la de sus propias pistolas, hicieron toda clase de intentos de irrumpir en los locales de la representaciones diplomáticas y practicar allí, también, sus lucrativos registros como, por lo demás,  hacían libremente en todas partes. Verdad, es que se hicieron incluso reclamaciones formales al Gobierno, pero éstas carecían de valor práctico, porque el Gobierno del señor Giral había hecho dejación total de su autoridad y tenía menos que decir, si es que todavía se atrevía a decir algo, que el último de los proletarios armados. Durante el mes de agosto de 1936, las cosas fueron de mal en peor, hasta caer en el caos, cada vez más insalvable. El tema de nuestras reuniones lo constituían ahora, preferentemente, los asesinatos organizados y los robos de gran estilo. Me sentí especialmente interesado en orientar al respecto a mis colegas porque con motivo de tener mi vivienda fuera de Madrid circulaba mucho más que ellos y, por tanto, tenía oportunidad de enterarme de más noticias por lo que oía y veía. Y, sobre todo, denunciaba a los representantes de los grandes Estados europeos, los lugares y las horas en que podían ver, yacentes en filas, a las víctimas de los asesinados, con lo que provoqué mediante la impresión directa y personal así adquirida, que dirigieran a sus gobiernos enérgicos informes lo cual influyó muy desfavorablemente en el juicio que les merecía el Gobierno rojo.
En los primeros días de septiembre, desprestigiado el gobierno, tomó las riendas del poder una combinación de socialistas, comunistas y anarquistas bajo la presidencia de Largo Caballero. Como esta gente era el exponente y los representantes de los partidos de donde se reclutaban los milicianos, además de otras bandas de furtivos y asesinos, podía suponerse que conseguirían hacer posible encauzar toda esa arbitrariedad y restaurar un orden estatal. El nuevo Ministro de Estado (Exteriores) visitó, al día siguiente de tomar posesión, al Decano, Embajador de Chile, y le prometió solemnemente que el Gobierno acabaría inmediatamente con los asesinatos, los robos en las casas y en la calle, así como con las detenciones arbitrarias, si se le concedía al efecto, no más de dos o tres días de tiempo.
Pero en lugar de lo dicho, las cosas fueron a peor de día en día. Una noche, en la segunda quincena de septiembre, se produjo un trágico incidente a la puerta de la misma Legación de Noruega. En este edificio se hallaba la vivienda y el garaje de un alto empleado extranjero de la Compañía Telefónica, cuyo chófer prestaba servicio también en la Policía. Al volver de regreso a su casa en el coche hacia las once de la noche, y en el momento en que pretendía entrar, se detuvo un coche del que se bajaron tres policías de uniforme. Cruzaron muy levemente unas palabras con él, sacaron sus pistolas ya  preparadas y lo mataron, disparándole varios tiros, en el umbral de la Legación. ¡Y eran todos policías!
La excitación que cundió entre los refugiados de las distintas plantas, que ya pertenecían a la Legación, era comprensiblemente inaudita por cuanto sacaban de este acontecimiento conclusiones respecto a su propia seguridad.



El caso de Ricardo de la Cierva
Quisiera, ahora, informar de los acontecimientos concernientes al abogado de mi Legación, Ricardo de la Cierva.
Al día siguiente del caso que acabo de referir, se presentó en la Legación el Director de una importante sociedad extranjera con el Encargado de Negocios del país correspondiente y me propuso llevarse, en un avión, a Toulouse a los señores de la Cierva, padre e hijo. Yo veía en ello graves inconvenientes debido a la gran popularidad del padre, uno de los hombres más conocidos por sus muchos años de actividades de Gobierno, como dirigente político conservador. Lo consideramos con los dos señores y decidimos que el padre se quedara, pero que se marchara el hijo. La citada Legación se ofreció a solucionarlo todo con la confianza de que no se presentaría ningún inconveniente. Mi cometido era llevarlo a las diez de la mañana a la Legación. Así se hizo, lo dejé allí y me ocupé de los papeles necesarios para la salida de su madre con su hija que tenían que viajar por su lado. Su mujer y sus hijos ya habían emprendido viaje unos días antes. La salida del avión se efectuaría a mediodía. Pero como, por otra parte, había yo prometido ir hacia la una a la mencionada Legación, para otro asunto, me sorprendió mucho volverme a encontrar allí con Ricardo de la Cierva. Los dos señores de la tarde anterior me informaron de que por una imprevista casualidad se les había complicado la tramitación de los pasaportes necesarios para tomar el avión en Barajas. Pero el avión aún les  esperaba. Me insistieron entonces para que les facilitara un pasaporte, cosa a la que me negué porque, como principio, yo no expedía pasaporte falso alguno.
El joven estaba, naturalmente, inconsolable ante la perspectiva fallida de reunirse con su familia y poder escapar de los peligros que en Madrid le amenazaban y que, obsesivamente, tenía ante sus ojos la escena asesina presenciada la noche anterior. Los dos señores me insistían en que, como abogado de la Legación de Noruega, se le podía considerar adscrito al personal de la misma y, en que tampoco era necesario un verdadero pasaporte sino que bastaba con un "laissez-passer" (salvoconducto) extendido en un papel corriente de la Legación; ya que de lo que se trataba era sólo de proveer a los empleados del aeropuerto de un pretexto para dejarlo subir a bordo. Una vez dentro del avión, podría romperse el papel. No había peligro de que se descubriera, ya que en el aeropuerto todo era cuestión de dinero. Preguntaron al joven cuánto dinero tenía; contestó que trescientas pesetas y declararon que eso era suficiente. Todos estos argumentos, y especialmente la compasión que me inspiraba el desesperado joven, me condujeron finalmente a extender un simple salvoconducto en el que sólo constaba mi ruego dirigido a un funcionario, en el sentido de que dejarán paso libre a Fulano de tal, súbdito noruego. Como el avión aún estaba disponible y la madre y la hija tenían sus papeles en regla, yo les pedí que las llevaran también, en lugar de tener que efectuar el molesto viaje por mar, pasando por Alicante. Se convino en que las dos señoras se trasladarían al aeropuerto con el correspondiente Encargado de Negocios y la Cierva, en cambio, conmigo y que embarcarían como personas desconocidas entre sí.
En el aeropuerto de Barajas el asunto del control de la documentación se fue desarrollando, al principio, bien. Aquel salvoconducto tan imperfecto, se aceptó como suficiente, debido quizá más que otra cosa, a mi presencia y a mi intervención personal. Después hubo un primer tiempo de espera, muy largo, porque el funcionario de aduanas estaba comiendo, a una hora tan desacostumbrada y en el pueblo, a bastante distancia y hubo que mandar a buscarlo. La Cierva no tenía, por cierto, más que un maletín, que iba vacío, si se exceptúan un cuello y una corbata que le habían prestado. Pero otros pasajeros tenían equipaje que había que revisar. Cuando al fin acabaron con esto, se produjo la  segunda espera, porque el piloto no estaba allí, y lo que era peor, porque allá fuera en la pista, cerca del avión, se encontraban todos aquellos tipos que por ahí deambulaban, de sospechosas intenciones.
Finalmente apareció el piloto, se colocó primero el equipaje y, entonces, subió Ricardo de la Cierva el primero. Cuando estaba en el último escalón, llegó corriendo un "tío" que gritaba "¡Pare, aún hay que hacer una aclaración"! La Cierva que había quedado en no entender ni una palabra de español, movido espontáneamente a la llamada cayó enseguida en la trampa, bajó del avión y se fue con aquel hombre a un despacho en el que yo entré después, para ver lo que estaba pasando. Allí nos explicó el Jefe del Aeropuerto que uno de los empleados decía que aquel señor no era el que figuraba en la documentación sino un español, y que el avión no podía salir mientras no quedara claro todo aquello; ya había llamado a la Dirección General, de donde iban a mandar a alguien. Yo protesté contra semejante suposición y exigía el reconocimiento del documento expedido por mí.
Pero aquel señor alegaba no estar facultado para ello y tener que esperar la decisión de la Dirección General. Entonces intenté recordar al colega Encargado de Negocios que aún estaba junto al avión, que él nos aseguró que todo era cuestión de dinero. Pero ahora que el asunto se ponía serio, se vino abajo y, finalmente, se fue de allí. Preocupado como estaba yo, de que una nueva complicación pusiera también en peligro a la madre y a la hija, que ya se hallaban en el avión, trataba de inducir al Director Jefe a que dejara salir el avión dejando en tierra a la Cierva. Tras una espera muy larga, ví desde el despacho al propio Director General, Muñoz, hablando con un joven vestido con ropa azul de trabajo que parecía un ingeniero o un abogado. Ese debía ser el denunciante. A la vista estaba, que el asunto le debió parecerle a Muñoz lo suficientemente importante como para acudir personalmente al lugar para resolverlo a su gusto. Poco después entraba en el despacho, me saludó y preguntó "¿Quién es ese señor?". Contesté, dando el nombre que figuraba en el documento.
"¿Nacionalidad?”, preguntó, "Noruega", respondí. Estábamos de pie, frente a frente, mirándonos mutuamente a los ojos; él no sabía cómo continuar, ya que yo mantenía cubierto mi documento. La finalidad que yo perseguía era obligarle a reconocer la decisión adoptada por el Decano del Cuerpo Diplomático, si es que no quería dar, sin más, por válido mi citado documento. En este momento decisivo La Cierva dio un paso adelante; su fuerte sentido del honor no le permitía admitir que yo pudiera, por su causa, tener dificultades con el tristemente célebre Muñoz. Dijo: "Señor Director, quiero hacer una confesión. He abusado de la buena fe del señor Cónsul; Soy Ricardo de la Cierva.
Muñoz replicó "Veo que es Ud. un hombre de honor y que pone las cosas en su sitio". Y, entonces, dirigiéndose a mi: “Ve Ud., Señor Cónsul, que este hombre ha declarado, con toda libertad, haberle engañado a Ud. Su salvoconducto carece, por tanto de validez". Indicó a Ricardo que extendiera su declaración sobre un trozo de papel y, a continuación lo detuvo. En cuanto a mí, me dijo: "Tendrá Ud. que admitir que todo se ha hecho sin coacción alguna". Ya no me quedaba más recurso que tragarme la rabia que ese rufián de Muñoz me había proporcionado, humillándome con su presuntuosa legalidad, mientras se llevaba al propio la Cierva en su coche.
Una vez en Madrid, de nuevo, busqué a algunos colegas y les pedí que me acompañaran a visitar al Ministro de Estado en funciones, Giner de los Ríos, que representaba a Álvarez del Vayo, durante la estancia de éste en Ginebra. Cuatro diplomáticos de países europeos se mostraron inmediatamente dispuestos a apoyarme en un intento de conseguir, por mediación del Ministro, la libertad de la Cierva. Para empezar, tuvimos que aguardar durante horas en el Ministerio, porque había Consejo,y se esperaba el regreso del Ministro de un momento a otro. Finalmente hacia las diez, nos decidimos a ir a su domicilio privado por suponer que se había marchado allí directamente después del Consejo de Ministros.                               uando llegamos nos enteramos de que acababa de salir en coche para el Ministerio.
Otra vez nos fuimos allá. Finalmente, hacia las once, pudimos hablar con él. Le expliqué el asunto conforme a la verdad y dejé, naturalmente, bien claro que no había habido engaño por parte de La Cierva, sino que yo le había dado aquel documento, con plena conciencia de lo que hacía, porque estaba convencido de que en Madrid su vida corría peligro. El Ministro ya tenía conocimiento del caso, puesto que el Director General había informado de ello inmediatamente al Consejo de Ministros. Reconocía que los motivos de mi conducta estaban plenamente justificados y dijo que si de él sólo dependiera, daría el incidente por resuelto y La Cierva nos sería devuelto.
Pero, como el Consejo de Ministros ya se había hecho cargo del asunto, él tendría que presentar mi solicitud, cosa que haría inmediatamente a la mañana siguiente, al continuarse la sesión. Prometió hacer de abogado de La Cierva y mío y recibirnos de nuevo por la tarde a las cinco para comunicarme el resultado. En cuanto a mis colegas, que se había mostrado tan amables conmigo, no pudieron irse a cenar hasta las doce de la noche.
Al día siguiente, por la tarde, me reveló el Ministro que tras una larga discusión en la que él había defendido mis puntos de vista, el Consejo de Ministros había decidido dar por resuelto el incidente relativo al documento falso y no volver sobre ello, por cuanto reconocía la nobleza de las razones que lo habían motivado, siendo así, además, que yo era persona grata en grado sumo para varios de los Ministros. En cuanto a devolver a La Cierva a la Legación, los Ministros opinaban, sin embargo, que era algo impracticable, puesto que, al fin y al cabo, había cometido un delito en materia de documento público (pasaporte) por el que tenía que ser juzgado. El Ministro confiaba en que se volvería sobre el asunto, al hacerle yo ver los peligros a los que estaba expuesto en tales circunstancias en las cárceles de Madrid, un hombre con ese apellido. Me aseguró que estaba dispuesto a intervenir en todo momento, en el Consejo de Ministros, en pro de su libertad.
En los días que siguieron, el Ministro confirmó la mencionada decisión del Consejo, tanto al Encargado de Negocios francés, que me había acompañado, como también al embajador de Méjico que en aquel momento era Vicedecano del Cuerpo Diplomático.
Esto ocurría en los días veintiséis y veintisiete, sábado y domingo respectivamente, de septiembre de 1936. El veintinueve se celebraba la reunión diplomática, en la Embajada de Méjico, por ausencia del Decano, Embajador de Chile. Esta Embajada se halla en una de las casas más bellas de Madrid, construida por un arquitecto alemán y es propiedad alemana. Antes de la reunión se sirvió agradablemente en el hermoso vestíbulo, una copa de Jerez. Aproveché esa convivencia, libre de trabas, con los colegas para poner en sus manos, a título preparatorio, copias de las observaciones hechas por mí:
“Hago constar que hace tres o cuatro días, las Milicias llevaron a distintos presos a los que el Gobierno había comunicado la pena de muerte, entre ellos dos primos de José Antonio Primo de Rivera (fundador de Falange Española en lugar de a la cárcel de Cartagena que era su destino, a El Plantío (población situada a quince kilómetros de Madrid, camino de la Sierra), y allí los habían matado. Tal hecho no es sino una repetición más de otras acciones criminales precedentes.
Hago constar que cada mañana, pueden verse en la calle de Cea Bermúdez, muy cerca de varias representaciones diplomáticas, numerosos cadáveres de hombres y mujeres, así también como en la carretera que va de la Dehesa de la Villa a la Puerta de Hierro.
Pero estos no son los únicos lugares frecuentados por los asesinos políticos o comunes, ya que el número total de cadáveres hallados, sin salirse del casco urbano de Madrid, alcanza, diariamente, la cifra de sesenta, lo cual nos permite suponer que el número de cadáveres que puedan encontrarse en las carreteras conducentes a los pueblos vecinos, exceda ampliamente de la misma. En estos últimos días las víctimas se cuentan ya por centenares.
Hago constar que estas últimas noches se sacaron presos de las cárceles de San Antón, a los que se asesinó en diferentes lugares; en un solo caso, producido recientemente, fueron asesinadas cincuenta personas en una sola noche.
Hago constar, que en "Fomento 9", funciona un tribunal completamente ilegal que "pone en libertad", en las primeras horas de la madrugada, a todos los que no han sido condenados, para que el populacho que espera en las puertas los despedace sin piedad.
Hago constar que en muchos ateneos y “asociaciones” de denominaciones diversas se arrogan el derecho de apresar indiscriminadamente a personas, mantenerlas en cautividad y hacer con ellas lo que les plazca.
En las prisiones oficiales del Estado, se hallan en la actualidad: cinco mil presos en la cárcel Modelo, mil presos en la que fue Cárcel de mujeres (Ventas), dos mil presos en San Antón y Porlier y más de quinientas mujeres presas en Conde de Toreno 9.
Existen, además, una serie de prisiones privadas, de las que el Estado no se preocupa; por ejemplo un antiguo convento, en la calle de San Bernardo, frente a la Iglesia de Monserrat.
El domingo, temprano por la mañana, ví con mis propios ojos veinte cadáveres que yacían en las proximidades de mi Embajada. Calculo que en este día la cifra total de los asesinados en Madrid y en sus alrededores pasaría de los trescientos. Además, se había producido, un número incontable de secuestros de muchachitas cuyo apresamiento negaban, pero que retuvieron para fines inconfesables.
Hago constar que la noche del cinco al seis se recogieron ciento diez asesinados, sólo en el término municipal de Madrid".
Esta estadística, basada en datos obtenidos por mi mismo, no fracasó en su dolorosa impresión.
Diferentes colegas del Cuerpo Diplomático me aseguraron que la transmitirían inmediatamente a sus respectivos Gobiernos.
Poco después de abierta la sesión, el Embajador de México pidió a los presentes que se expresaran acerca de la seguridad de los refugiados y de las Representaciones Diplomáticas, tema acerca del cual, y precisamente en esos días, se mantenían negociaciones con el gobierno, como más adelante se verá. Tomé la palabra y solté un largo discurso, dejando salir todo lo que tenía dentro. En forma extremadamente concisa, el acta de la sesión, refiere lo siguiente: "El Representante de Noruega, comunica que el señor de la Cierva, a quien había dado asilo, fue detenido en el Aeropuerto.
Expuso el caso al Ministerio de Estado; el Ministro declaró que hacia todo lo posible para que el Señor De La Cierva regresara a su refugio pero que tropezaba con la oposición del Ministerio de la Gobernación (Interior). La Cierva se hallaba en la cárcel Modelo y en las actuales circunstancias creía (el que así hablaba) que la vida del mismo no estaba nada segura, ya que en cualquier momento se les podría ocurrir a los milicianos "vengar", la toma de Toledo por los nacionales, mediante el asesinato de los presos. No quiere que al señor de La Cierva le ocurra una desgracia y ruega, por tanto, al Cuerpo Diplomático que insista en que sea devuelto a la Legación de Noruega.
Opina que el Cuerpo Diplomático es el único representante de los sentimientos humanitarios en las circunstancias reinantes. En su opinión, ha de contarse con que antes de que las tropas nacionales tomen la capital, descargue una tormenta de odio sobre las distintas cárceles de Madrid, tormenta de la que el Cuerpo Diplomático, no sólo no puede desentenderse, sino que tendrá que empeñar todas sus fuerzas y posibilidades para que no llegue a producirse. Su propuesta es que el Cuerpo Diplomático pidiera que cuatrocientos o quinientos guardias civiles de más de cuarenta años, quedaran especialmente destinados a la defensa de dichas prisiones".
Mis argumentos, naturalmente, mucho más detallados, culminaban y se resumían en mi opinión de que el Cuerpo Diplomático sería culpable de complicidad ante la Historia si, en adelante, contemplase con resignación el abandono de las cárceles por el Gobierno a los asesinos, así como de los presos políticos, totalmente desprotegidos, a los milicianos anarquistas y comunistas. Si mis colegas hubieran visto la chusma que, en calidad de agentes de “Vigilancia y protección” se encargaba de los presos, no hubieran podido dormir tranquilos.
Al final de mi informe siguió una ovación cerrada. Todos los colegas aplaudían. Caso singular en los anales de nuestro Cuerpo Diplomático y muy satisfactorio para mí, por lo que suponía de capacidad de protección para los presos en peligro.
Se acordó nombrar una comisión para la redacción de una nota con destino al Gobierno, que fue leída y aprobada ocho días más tarde. En ella se encarecía que no se atentara contra la vida de nadie sin previa sentencia judicial y que esa situación de hegemonía del populacho no perdurara por más tiempo y, además que era preciso se nombrase otra clase de personal de vigilancia y de custodia de los presos, con más sentido de la responsabilidad que le incumbía, en cuanto a la protección de los mismos.
Los embajadores de Chile y de Méjico entregaron personalmente, esta nota al Ministro de Estado (Asuntos Exteriores) el cual afirmó que precisamente se estaban retirando del frente a cuatro mil expolicías y se les iba a destinar a la protección de las prisiones. Naturalmente, tampoco esta promesa se cumplió, si bien en ningún caso hubiera servido para nada ya que los asesinatos de presos se ejecutaron en noviembre con la firma de Organismos del Gobierno: no había guardias que pudieran oponerse a la criminalidad de Ministros y Directores Generales. ¡Con esto no se había contado!
¿Fue como réplica a la mencionada incómoda nota que el Cuerpo Diplomático envió al Ministerio de Estado, lo que molestó a Álvarez del Vayo para que a los cuatro días, remitiera otra nota, esta amenazadora, contra los representantes diplomáticos que albergaban y protegían a los refugiados? (que eran casi todos). Se le podría atribuir tal cosa, a juzgar por el odio mortal, con que, a partir de aquel momento, me persiguió, como autor moral de la misma.
Tras una odiosa polémica, contra el derecho de asilo, terminaba la Nota con la siguiente amenaza: “Habida cuenta de que el ejercicio del derecho de asilo ha dado lugar a notorios abusos, es voluntad del Gobierno hacer constar, ante los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid, que se ve obligado a poner fin a la actitud de extraordinaria tolerancia, mantenida hasta la fecha, frente al ejercicio de tal derecho y a reservarse, a su vez, la facultad de proceder contra los abusos ya cometidos, en la forma que en cada caso requieran los supremos intereses de la República".
Lo que el propio Álvarez del Vayo pretendía con esto, era concederse carta blanca para valiéndose de abusos sin precisar más detalles, justificar por adelantado violencias contra las representaciones diplomáticas, que él mismo maquinaba en complicidad con el Ministro de la Gobernación (Interior) Galarza.
Contra lo dicho había que actuar contundentemente si no queríamos que nuestra ya precaria situación se hiciera insostenible. Resolvimos que las tres embajadas presentes visitaran personalmente, con arreglo al derecho que les asistía como tales diplomáticos, al propio Presidente de la República para preguntarle si estaba enterado de ese documento diplomático tan importante y si lo aprobaba.
La visita se celebró ya al día siguiente, dieciséis de octubre. El presidente Azaña nada sabía, ni del documento ni de la actitud hostil del Gobierno con respecto al derecho de asilo. El mismo dijo (según consta en Acta), que, con arreglo a su opinión personal, el Cuerpo Diplomático estaba realizando una obra extraordinariamente interesante y humanitaria y que, estimaba que esa obra tendría que adquirir toda la amplitud y extensión que fuera posible. Estaba completamente de acuerdo con nosotros y, en ese terreno, iría él aún más lejos lo que habíamos ido. Pero el Presidente de la República y Jefe de Estado no tenía posibilidad de influir directamente en el Gobierno.
De todo ello se redactó una Nota exhaustiva en la que se presentaron al Ministro los casos en los que la propia España había ejercido, en otros países, el derecho de asilo; pero sobre todo se relacionaban, con nombre y apellidos, los muchos casos de funcionarios de alta categoría y políticos, nada menos que del propio Gobierno de la República, que habían pretendido acogerse al asilo ofrecido por la Representaciones Diplomáticas durante esta misma guerra civil. La respuesta a esta Nota era, al parecer, tan difícil que nunca llegó. Por el momento se había sorteado el peligro oficial; seguía latente el que podía ofrecer el populacho.
Dos meses más tarde fue asaltada una Legación, pero en torno a ese caso había circunstancias tan especiales que podrían calificarse válidamente de "abusos". Un hombre, cuya nacionalidad era tan discutible como sus artimañas, había abierto, bajo la bandera del país de referencia, viviendas y más viviendas para las que se ingeniaba en obtener el reconocimiento de extraterritorialidad y que iba llenando de refugiados. Cobraba un precio diario por la manutención; en boca del pueblo, aquello no se llamaba "Legación" sino "Pensión...". Un día, la policía, abrió varios de estos complejos de viviendas y llevó a prisión a la mayoría de sus "huéspedes". Pero la propia Legación quedó, en este caso también, intacta y asumida después por otro país.
Lo que sí conseguí fue que, pocos días después de la junta diplomática que celebramos el 29 de septiembre, volvió a plantearse en el Consejo de Ministros el asunto La Cierva pero quedó sin resolver. Todavía hubo que trabajarse a unos cuantos Ministros para vencer la resistencia del Ministro Galarza. Fui, por tanto, en busca del Ministro del aire; Indalecio Prieto, a quien conocía bien, y le pedí que intercediera. Se declaró personalmente dispuesto a cualquier acto de buena voluntad ya que conocía al padre de La Cierva desde hacía muchos años por su carrera política y que, desde luego, a pesar de ser opuestas sus ideas políticas no sentía enemistad alguna contra él.
Pero en cuanto a la influencia que él pudiera ejercer sobre el Ministro, dijo que no me hiciera ilusiones, porque él era "la oveja negra" de ese Gobierno, y bastaría que abogara por algo para que Largo Caballero quisiera lo contrario. Me dijo que probara con su amigo Negrín, que era más idóneo para el caso.
Me fui, a buscar a Negrín, Ministro de Hacienda, con el que ya había tratado, antes, de asuntos noruegos. Por su parte, en aquella ocasión, le encontré interesado en concertar un convenio de intercambio de productos agrícolas españoles contra bacalao noruego, en grandes contingentes mensuales. Aproveché esa circunstancia para poner en evidencia que el Gobierno noruego, informado por mí de la detención de nuestro abogado, no se mostraría muy inclinado a acoger con demasiado entusiasmo la propuesta. Le manifesté que había telegrafiado directamente al Ministro de Estado (Asuntos Exteriores) con el ruego de liberar a esa persona y consideraba una buena oportunidad ofrecer su influencia para facilitar la buena marcha de la "operación bacalao", obteniendo del Consejo de Ministros la devolución del abogado a la Legación, impidiendo así, por otra parte que yo me viera obligado a decir: "Sin el abogao no hay bacalao”. Prometió intervenir en este sentido y me recomendó, al respecto, visitar a Álvarez del Vayo, Ministro de  Estado (Asuntos Exteriores), a quien correspondía poner el asunto sobre el tapete, en Consejo de Ministros y a quien él me anunciaría por teléfono, al día siguiente.
Por cuestión de principios, me había mantenido alejado del Ministerio de Estado (Asuntos Exteriores) y, cuando no había más remedio que hacerlo, sólo trataba con determinados funcionarios, que aún quedaban, de otros tiempos. Al Ministro así como al Secretario General, no les había honrado todavía con mi visita. No simpatizaba con ellos, no por sus ideas sino por su carácter.
Álvarez del Vayo, hijo de un General de la Guardia Civil, se había dedicada al periodismo después de terminar su carrera de Derecho y se fue haciendo cada vez más rojo a medida que ello le reportaba ventajas personales. La política no era para él más que un medio encaminado a un fin. De convicción sincera, no es, por consiguiente, intrigante, se superestima, y su parcialidad hace que al interlocutor, normalmente sensato, le parezca escaso de luces. De los ministros que yo conocía era el único que, no sólo no lamentaba los crímenes de sus compinches, sino que en su interior, le complacían y hubiera sido capaz de cometerlos él mismo. Con su cuñado Araquistain, que era Embajador en París (ambos habían contraído matrimonio, respectivamente, con dos hermanas, dos judías rusas), debió embolsarse durante el tiempo que estuvo en ejercicio tales cantidades de dinero que la envidia de sus compinches estalló en una crisis ministerial en la que ambos quedaron eliminados.
Fui, pues, a visitarle al día siguiente, lunes. Después de una conversación previa en la que me prometió llevar al día siguiente al Consejo de Ministros la propuesta de libertad de Ricardo de La Cierva, -durante la entrevista con Álvarez del Vayo, el Ministro de Hacienda le telefoneó para recomendarle otra vez el asunto-, después pasó a tratar de la situación general, con respecto a la cual, le dije que yo estaba mejor informado, porque mientras él estaba sentado detrás de su mesa, yo andaba sin parar por las calles. Así es como había visto la víspera (un domingo) veinticinco cadáveres de hombres y mujeres en los bordillos de las aceras muy próximos a la Legación. En esa noche del sábado al  domingo, se había asesinado a doscientas cincuenta personas.
Se quedó un momento sin habla ante lo bien informado que yo estaba, (o ante la franqueza con que yo le hablaba a la cara en su despacho oficial). Luego me dijo que entonces también sabría yo que unos días antes se había descubierto una conjuración fascista encaminada a matar a los Ministros.
Contesté que no lo sabía, pero que eso tampoco justificaba el asesinato. Si el gobierno hubiera establecido un Tribunal, con arreglo a la ley y éste hubiera condenado a muerte a quinientas personas por aquello, yo no hubiera dicho nada, pero sí alzaba mi voz contra cualquier tipo de asesinato. El entonces replicó que si nosotros los diplomáticos hubiéramos alzado la voz del mismo modo cuando los "rebeldes" asesinaron a dos mil personas tras la toma de Badajoz, hubiéramos hallado en el Gobierno oídos más atentos. A esto le dije que todavía no teníamos noticia oficial alguna de que se hubiera tomado Badajoz (tal c osa se había mantenido severamente en secreto para la prensa). Y, mucho menos, de lo que él me contaba, de semejante matanza. Bien es verdad que algo de eso había aparecido en los periódicos pero los periódicos eran tan poco de fiar que no nos bastaban para fundamentar nuestra protesta. Por lo demás juzgábamos con la misma severidad el asesinato de un trabajador que el de un duque.
Con lo dicho ya tenía él bastantes motivos para despedirme rápidamente, no sin prometerme de nuevo que haría todo lo posible, y lo mejor que pudiera, en cuanto al asunto de La Cierva.
Y ahora sólo me queda dejar, sobre todo, bien sentado que, a partir del día siguiente, ya no se tropezaba uno con asesinados en los puntos hasta entonces habituales. Todas las mañanas mandaba yo que saliera un coche para recorrer y examinar todo los lugares de "ejecución" que conocíamos.
¡Ya no se encontraban cadáveres! Así de pronto había dado sus órdenes Álvarez del Vayo y tan perfecta era la conexión entre el Gobierno y los asesinos, que toda la organización existente se transformó en pocas horas: ahora ejecutaban a las víctimas fuera de Madrid, en lugares apartados, hasta donde no alcanzaban los ojos de los diplomáticos. Incluso dejaron de existir en esos días las listas del depósito de cadáveres de Madrid de las que yo antes recibía copias.
La "conjuración" con la que especulaba Álvarez del Vayo, resultó ser una captura equivocada de la Policía que, sin embargo, muchas personas tuvieron que pagar con graves sufrimientos.
La sala de lectura de la Biblioteca Pública se había convertido en una estancia agradable para muchos que ya no tenían lugar adecuado donde permanecer o que, por miedo a las milicias, querían pasarse allí la jornada. Un día frío y húmedo de octubre, irrumpió inesperadamente la Policía y se llevó a todos los presentes, unas cuatrocientas personas, con la disculpa de que allí tenían que habérselas con conspiraciones fascistas. Las cuatrocientas personas fueron llevadas a declarar al edificio de la Dirección de la Policía, que era un aristocrático palacio, muy abandonado, sito en el Madrid antiguo.
Como los calabozos, ya citados en otro lugar, estaban repletos, a los nuevos presos se les encerró en el patio central, abierto a la intemperie por la parte de arriba. Apretados unos contra otros, como "sardinas en banasta", llenaban todo el espacio disponible. Así permanecieron tres días y tres noches, hombres o mujeres, en semejante "redil", bajo una lluvia torrencial y sin comer. ¡No podían caer desmayados por falta de sitio para ello! Apenas se podían mover.
Transcurridos los tres días se comprendió la inconsistencia de la sospecha y los soltaron, sin más, con excepción de media docena de ellos. Medio muertos, salieron arrastrándose a gatas del edificio, donde ni siquiera les habían tomado declaración y apenas si comprobaron sus datos personales pero donde, eso sí, tuvieron que aguantar tres días y tres noches tal suplicio.
Para mejor reflejar la perfidia política del señor Álvarez del Vayo, conviene saber que en Oslo manifestó sus quejas contra mí, como supe por otros miembros del gabinete, aduciendo como pretexto el "salvoconducto" de La Cierva a pesar de la declaración expresa del Consejo de Ministros de que no se volviera sobre el incidente y se le considerara como no ocurrido. El verdadero motivo de la queja, de la que yo todavía no tenía conocimiento alguno por parte de Oslo, era que unos indeseables habían informado a Álvarez del Vayo, tan pronto como éste regresó de Ginebra, de la petición que yo había hecho tres días antes al Cuerpo Diplomático para qué se presentara al Gobierno una enérgica protesta, así como también del discurso que pronuncié entonces. Pero Álvarez del Vayo no tuvo valor ni para negarse a mi visita propuesta por el Ministro de Hacienda, ni para aprovechar la ocasión para hacerme los reproches que hubiera considerado convenientes. No mencionó sus quejas ni me facilitó el conocimiento de la existencia de las
mismas, ni yo tampoco tenía por que entrar en ello, al ser confidencial la información recibida.
Álvarez del Vayo, en cambio, sí se sintió con el suficiente despecho, pasados unos días, como para quejarse ante el Encargado de Negocios de un país europeo, de que se estaba trabajando con pasaportes falsos en contra del Gobierno y se estaba queriendo favorecer a los "fascistas".
Pero el mencionado diplomático que era persona muy bien preparada y pronto a la réplica, respondió al Ministro como correspondía. Le dijo que sabía muy bien a qué caso se refería pues, precisamente, conocía todos los detalles del mismo (era el que me acompañó aquella tarde a ver al Ministro en funciones), que no se trataba de un pasaporte sino de un papel de orden secundario, sin ninguna importancia, extendido y entregado por motivos muy justificados y honrosos de simple humanidad, siendo así, en cambio, que el Gobierno español, por mediación de su Embajada en París, había expedido hacía unos días una serie de pasaportes falsos, por motivos puramente interesados, a saber para pasar de contrabando a España a unos oficiales de aviación de su nacionalidad, a los que antes habían seducido para que desertaran. Que Álvarez del Vayo era por tanto el último que podría tener derecho a hablar como lo había hecho. Esta declaración fue entregada por el mencionado diplomático, en nuestra siguiente sesión para que constara en acta.

Álvarez del Vayo pretendió no saber nada de los pasaportes falsos de su cuñado, el de París.
El viernes siguiente, me llamó el Ministro del Aire, Indalecio Prieto, para comunicarme que, por desgracia, no había podido obtener la libertad de La Cierva pero sí había aprovechado la ocasión para subrayar la extraordinaria importancia de dicho preso, ya que su detención la había efectuado personalmente el Director General, en presencia del representante diplomático de una nación extranjera. También por su apellido tan conocido, y, además, por su hermano el famoso inventor.
Que, por todo ello, habrían de adoptarse todas las medidas necesarias para defenderlo de incidentes imprevistos porque sería denigrante para la reputación del Gobierno que algo le ocurriera en tales circunstancias. Por todo lo dicho, él no creía que tuviéramos que temer por su vida.
Como ya quedó mencionado en páginas muy anteriores el asunto de La Cierva tuvo un final trágico: La Cierva fue asesinado con muchos centenares de otras víctimas de la cárcel Modelo. Largo Caballero y Galarza se habían opuesto a que se le pusiera en libertad y a ellos se debe que no fuera posible hacerlo. ¡Caiga su sangre sobre ellos!
Al día siguiente volví a visitar al Ministro de Hacienda para decirle que, a pesar de la negativa sufrida, yo estaba dispuesto a hacerme valedor ante mi Gobierno de su deseo de adquirir bacalao, pues sabía que había hecho todo lo posible para obtener la puesta en libertad de aquel para quien se la pedíamos. Se mostró totalmente de acuerdo y me prometió continuar ayudándome.

Observadores e informadores incómodos
Dos acontecimientos ocurridos en el mes de diciembre afectaron al Cuerpo Diplomático y merecen ser mencionados. El Delegado del Comité Nacional de la Cruz Roja fue llamado a Ginebra unos días antes de que se celebrara una sesión del Consejo de la Sociedad de Naciones en la que Álvarez del Vayo pensaba desempeñar su habitual papel de salir defendiendo a "Caperucita Roja" o a la "inocencia ultrajada", y estigmatizando a los "lobos nacionales". El Delegado tenía material probatorio de peso, sobre todo en lo concerniente a los asesinatos de detenidos, del mes de noviembre. El avión del Gobierno francés que pensaba utilizar para el viaje, llegó a Madrid procedente de Toulouse sin impedimento alguno. Al día siguiente tenía que regresar el aparato con el Delegado y dos periodistas franceses (de "Havas" y del "Le Matin"). Por la tarde, otra persona que ejercía sus funciones en el Comité internacional, se encontró con un francés a quien conocía que desempeñaba un papel importante en el servicio de contraespionaje rojo en Madrid. Este le dijo que el avión no saldría al día siguiente. A la mañana siguiente, el avión tenía, en efecto, un fallo de motor que no se manifestó hasta el momento de arrancar, con lo cual de hecho no pudo salir: los viajeros tuvieron que volverse a casa y esperar veinticuatro horas. A la mañana siguiente, el avión ya reparado, emprendió el vuelo. Cerca ya de Guadalajara, ó sea a pocos kilómetros de Madrid, vino hacia él, otro avión que, al principio volaba en torno a él, trazando grandes círculos. Llevaba los distintivos del Gobierno Rojo. El francés lo saludó como de costumbre, con las alas, moviéndolas hacia arriba y hacia abajo para darse a conocer, a pesar de que, además, llevaba grandes distintivos de la Aviación francesa y la inscripción "Embajada de Francia". El avión rojo voló a su alrededor, se alejó, cambió otra vez el rumbo, volvió, voló debajo del avión francés y disparó sobre él con su ametralladora desde abajo. Y luego se alejó a toda prisa. El espantado francés, que me hizo personalmente este relato, bajó inmediatamente. Sólo la cabina había sufrido los disparos. Los tres ocupantes resultaron lesionados. Uno de los informadores murió de sus heridas, al otro hubo que amputarle una pierna, el Delegado después de permanecer en cama cuatro meses, salvó por lo menos su vida. Pero los ominosos documentos no llegaron a Ginebra a tiempo, para no poner en apuros a Álvarez del Vayo. Entonces resultó que se trataba de la "agresión  criminal de un avión de los nacionales al avión diplomático francés". ¡Y tal fue lo que la indignada prensa roja anunció al mundo!
Muy semejante fue la escenificación, poco tiempo después, del bombardeo aéreo de la Embajada inglesa en Madrid. En medio de la noche vino un aviador "nacional" y buscó, entre tinieblas, única y exclusivamente el edificio de la Embajada inglesa, que se hallaba empotrado entre dos casas, para lanzarle dos bombas. Con toda delicadeza emplearon un calibre moderado para tal saludo, de forma que sólo se dañará la armadura del tejado y quedara herida una persona. Una vez hecha la fechoría se fue de allí sin dar más señales de vida. Tan refinada infracción contra los santos preceptos del derecho de gentes fue explotada a fondo al día siguiente por la prensa roja. Los ingleses  subestimaron, sin embargo, la maestría de los aviadores nacionales hasta el punto de cargar sin más  la "equivocación" a cuenta de los rojos.
El otro caso fue el asesinato del agregado de la Embajada belga Borchgrave. Una mañana soleada de domingo, salió éste de la Embajada para pasear un poco en coche. Iba solo, conduciendo su pequeño automóvil. Ya no volvió más y desapareció sin dejar rastro. Llevaba encima, su documentación diplomática y el coche ostentaba la bandera belga. Durante días y días, la embajada de Bélgica estuvo acosando a Miaja y a los militares y civiles que dependían de él. Nadie sabía nada, nadie le había visto. Tampoco se podía encontrar el coche. No le quedaba a la Embajada más remedio que prescindir de las llamadas autoridades y emprender investigaciones directas.
Con gran esfuerzo e infinitas fatigas, y no sin correr peligros personales, pudo el Encargado de Negocios de la Embajada belga descubrir lo ocurrido al cabo de varios días. Borchgrave se había trasladado al frente de Madrid por la carretera que sube a la Sierra, para buscar a dos belgas heridos, reclutados por la Brigada Internacional. Lo detuvieron, a pesar de presentar su documentación diplomática, lo llevaron al pueblo cercano de Fuencarral para someterle a interrogatorio. No había en modo alguno puntos en que apoyar una acusación, ni siquiera para imputar un cargo correcto, ni tampoco para poner en marcha una investigación judicial o someterle al juicio de un tribunal.
Lo mantuvieron preso en el pueblo desde el domingo hasta el martes temprano, en que, de madrugada lo llevaron a la carretera y allí lo fusilaron. Intentaron borrar cualquier rastro de su identidad, le robaron la documentación y la ropa, cortando hasta las iniciales de sus prendas interiores. Lo enterraron inmediatamente con otros veinte asesinados en una fosa común en el cementerio del pueblo. El juez del pueblo había hallado la fórmula exacta: la calificación de "muertos no identificados" y había descubierto de paso que a los asesinos se les había escapado que en la hebilla del pantalón figuraba escrito su nombre completo, que el juez hizo constar en el acta.
A pesar de ello el cadáver se declaró "no identificado" con lo que se intentaba encubrir el asunto. El "Gobierno", es decir Miaja y sus compinches, no hicieron lo más mínimo para aclarar el asesinato. Miaja, el héroe, le tenía miedo a su departamento de "contraespionaje" y no se atrevía a meterles mano. En cuanto al coche de la Embajada de Bélgica, nunca más apareció.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Cada vez son más los que quieren un modelo territorial distinto al actual y tiran en direcciones opuestas



SANDRA LEÓN 24 OCT 2012 El País
Desde que estalló la crisis económica, uno de los cambios más importantes en la opinión pública ha sido la valoración del Estado autónomo. Tanto la reciente encuesta de Metroscopia de EL PAÍS como el barómetro del CIS de septiembre han puesto de manifiesto que el número de ciudadanos que prefiere un modelo territorial más centralizado supera por segunda vez (como ya ocurrió en julio de 2012) a los que prefieren mantener el modelo actual. Los medios de comunicación se han hecho amplio eco de este dato, pero esto es solo una parte de la historia.
La otra parte, quizá más relevante, tiene que ver con que estas opiniones están cada vez más polarizadas territorialmente. Este dato suele pasar desapercibido porque la mayoría de encuestas utilizan muestras representativas nacionales. Sin embargo, si analizamos la evolución de la opinión pública en cada comunidad autónoma antes y durante la crisis, vemos que desde 2005 los españoles son cada vez más distintos en sus valoraciones sobre qué modelo territorial prefieren (incluso excluyendo a los territorios más divergentes, Cataluña y País Vasco).
El resultado es un Estado autónomo sometido al juego de la cuerda: cada vez hay más ciudadanos que quieren un modelo territorial distinto al actual y tiran en direcciones opuestas; la pulsión recentralizadora se concentra especialmente en Madrid, Aragón y Castilla y León; mientras que en Cataluña, y solo muy recientemente en el País Vasco, aumentan los que prefieren que las comunidades autónomas puedan convertirse en Estados independientes. La polarización de la opinión pública no se da únicamente entre regiones, sino también dentro de algunos territorios. Por ejemplo, en Cataluña, el aumento del independentismo entre 2005 y 2011 (14%) se produce al mismo tiempo que lo hace el porcentaje de ciudadanos que prefiere un único Gobierno central sin autonomías (un 10%, según datos del CIS).
Como la mala prensa del Estado autónomo crece a medida que la crisis económica se profundiza, muchos afirman que la crisis es la causa de los cambios en la opinión pública sobre el modelo territorial. Pero esto no es así en todos los casos. El giro centralizador parece estar más vinculado a la coyuntura económica y a su impacto en algunos sectores de la población, mientras que el giro independentista en Cataluña tiene una naturaleza más estructural y supone la intensificación de cambios en la opinión pública catalana que vienen de lejos.
La estrategia del Gobierno de CiU ha sido la de intentar capitalizar los cambios a través un discurso económico, el del agravio fiscal
De acuerdo con las encuestas, si tomásemos un grupo de ciudadanos con la misma ideología, preferencias partidistas e identidad nacional, quienes tendrían mayor probabilidad de apoyar la centralización del Estado autónomo serían los más vulnerables ante la situación económica, como los pensionistas, los parados, las amas de casa o los de menor formación. Es posible que este sea el grupo donde más haya permeado el discurso del Gobierno que señala a las comunidades autónomas como principales responsables de la crisis y el que vincule la solución a sus problemas a un Gobierno central más fuerte.
En cambio, la explicación para los que apuestan por un modelo territorial donde las regiones puedan hacerse independientes es distinta. Contrariamente a lo que se cree, sus opiniones no están influidas por su valoración de la situación económica ni por su situación laboral. Lo que determina principalmente la opinión de este sector de la población es la cuestión identitaria (si se siente “solo”, “más”, “igual” o “menos catalán que español”). Esto no quiere decir que la crisis carezca de importancia en el giro secesionista, sino que lo hace por cauces distintos a los que explican el giro centralizador. Tampoco significa que el impulso independentista se deba a un cambio radical en las identidades en Cataluña pues, entre 2005 y 2011, el porcentaje de los que se sienten “solo catalanes” ha aumentado en menos de tres puntos (datos del CIS).
Las identidades en Cataluña no han cambiado de forma radical, pero sí lo han hecho sus implicaciones respecto al modelo territorial, al extenderse las preferencias más soberanistas. Esto se debe, por un lado, al progresivo aumento de las demandas de autonomía en la opinión pública catalana desde hace más de una década y a la sensación de que estas han sido frustradas. Por otro lado, la estrategia del Gobierno convergente ha sido la de intentar capitalizar estos cambios a través un discurso económico, el del agravio fiscal, con el que el apoyo a la soberanía se ha hecho más transversal a la situación económica de los ciudadanos y a sus sentimientos identitarios.
En definitiva, aunque la fiebre centralizadora e independentista en la opinión pública parece haber puesto en cuarentena al Estado autónomo, la naturaleza de estas dos pulsiones es distinta. La centralista parece más conectada al impacto de la crisis en algunos sectores de la población y es probable que disminuya cuando mejore la situación económica. No es así en el caso de las pulsiones independentistas, cuyo origen se encuentra en cambios más estructurales que se vienen produciendo en la opinión pública catalana desde antes de la crisis, por lo que cabe esperar que tenga un mayor recorrido en el futuro.
Sandra León es profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense y colaboradora de la Fundación Alternativas.

Los nacionalistas han olvidado que la Constitución es fruto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político



Los nacionalistas han olvidado que la Constitución es fruto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político
JOAQUÍN LEGUINA 1 OCT 2012 – El País
La naturaleza nos echó a este suelo libres y desatados y nosotros nos aprisionamos en determinados recintos  como los reyes de Persia, que se imponían la obligación de no beber otra agua que la del río Choaspes”. Michel de Montaigne
La música nacionalista nos era conocida y también nos era familiar la letra, pero la orquesta y los atambores nunca habían sonado con tanto estruendo como ahora.
 Una huida hacia adelante que la crisis no ha hecho sino empujar, por dos razones, al menos:
1) la tracción centrípeta europea ha perdido fuerza y
2) el victimismo nacionalista exige más que nunca echarle la culpa de “nuestros males” a Madrid. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
En primer lugar, ganando la batalla dentro y fuera de Cataluña a unos adversarios que prefirieron no plantar cara. Y, ya se sabe, las batallas que no se dan siempre se pierden. Además, cuando alguien no encuentra oposición a sus ideas acaba desbarrando. Por otro lado, los nacionalistas jamás hablan de las complicaciones jurídicas y tampoco de los riesgos que para ellos conlleva el viaje a ese Eldorado de la independencia. Para los nacionalistas, Cataluña (representada exclusivamente por ellos) siempre estará por encima de la Ley.
Si te opones a las ideas nacionalistas serás tachado de “centralista” y hasta de “fascista”
El desistimiento de “la otra parte” ha permitido a los independentistas convertir en mozárabes a los catalanes no nacionalistas, especialmente a aquellos que provienen de la inmigración (conviene saber a este respecto que la mayor parte de los catalanes tiene como lengua materna el castellano). En este proceso de asimilación a martillazos el gran responsable político ha sido el PSC. Basta para demostrarlo con ver las actitudes de quien ha sido el paradigma del mozárabe, José Montilla. Un hombre nacido en Córdoba, que no solo ha apoyado con entusiasmo la “inmersión lingüística” sino que le montó un pollo al Tribunal Constitucional por atreverse a “tocar” el famoso Estatuto. En verdad, si hoy te opones a las ideas y sentires de los nacionalistas serás tachado de “centralista”, “nacionalista español” y hasta de “fascista”.
También ha existido la complicidad de los grandes partidos de ámbito nacional, debida —en buena parte— al papel en que la ley electoral coloca a los nacionalistas: el de bisagra para la gobernabilidad. 
“No critiquemos a los nacionalistas, pues los necesitamos para gobernar (o podremos necesitarlos en el futuro)” ha sido la consigna y como consecuencia los nacionalistas han ignorado, sin más trámite, entre otras leyes, los artículos 1, 2 y 3 de la Constitución (“La soberanía nacional reside en el pueblo español”; “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española”; “Todos los españoles tienen la obligación de conocerla [la lengua común] y el derecho a usarla”). Y así, el bilingüismo que consagra la Constitución en los territorios con “lengua propia” ha sido combatido, y no solo con la “normalización lingüística”. Imposiciones que han producido discriminación contra las personas a causa de su lengua materna.
Los nacionalistas también se han olvidado de que la Constitución es el producto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político en el que todos renunciaron a sus aspiraciones máximas (los nacionalistas también).
También ha existido la complicidad de los grandes partidos de ámbito nacional, debida al papel en que la ley electoral coloca a los nacionalistas: el de bisagra para la gobernabilidad
Para acabar con el fuego, Rodríguez Zapatero —a impulsos de Maragall— echó sobre la hoguera unos cuantos bidones de gasolina en forma de nuevo Estatuto (voraz Saturno que acabó comiéndose a todos sus hijos) que, tras un delirante proceso legislativo y un referéndum fallido (la proporción de catalanes que votó a favor del Estatuto rayó con el ridículo) acabó recortado por el Tribunal Constitucional, es decir, otra vez la frustración, esa que tanto ama el victimismo nacionalista.
Pues bien, de todos aquellos polvos han venido estos pesados lodos sobre los cuales se pretende ahora poner en marcha el proceso de divorcio entre Cataluña y el resto de España. En otras palabras: se quiere recorrer un camino hacia una disgregación “a la yugoslava” que el resto de los españoles no podemos contemplar como quien oye llover y no se moja… Y sin embargo, de la boca de muchos de los políticos que representan a los ciudadanos no nacionalistas, dentro y fuera de Cataluña, salen de nuevo palabras melifluas tales como “calma”, “racionalidad”, “diálogo”, “pacto”… Volvemos, pues, como la burra, al trigo. Es decir, a la confusión… y mientras, ellos, tan dialogantes, siguen con la matraca de “España nos roba”.
¿Una negociación? ¿Sobre qué parte del salchichón? ¿Sobre la que sigue en manos del Estado o sobre la que se han tomado, legal o ilegalmente, los nacionalistas? Porque si solo se va a negociar acerca de las ya escasas competencias que mantiene el Estado, mejor apaga y vámonos.
Lo que se ha vuelto urgente para quienes no somos nacionalistas es apelar con vigor a un “patriotismo constitucional” y activo, derivado de la tradición liberal y democrática. No se trata de enfrentar un nacionalismo (el español) con otro (el catalán) sino de dejar las cosas claras: que España es una nación —la única en este territorio, eso nos dice la Constitución— y todos los líderes políticos han jurado o prometido defender esa Constitución.
En este asunto, el PSOE y, sobre todo, el PSC son víctimas de varios malentendidos que tienen su origen en el franquismo. Una primera confusión proviene de pensar que todos los que estaban contra Franco eran “de los nuestros”. Pues no. Los nacionalistas nunca han sido “de los nuestros” ni en su concepción del Estado ni en sus ideas sociales. La segunda y más grave confusión se deriva del añoso prejuicio según el cual los conceptos de “patria” o de “España” son un invento del franquismo. Bajo tales prejuicios es fácil llegar a creer, por ejemplo, que hablar o escribir en español dentro de Cataluña es el producto de una imposición de “la lengua del imperio” por parte de Franco y no una tradición muy anterior a Prat de la Riba.
El PP ha sido a menudo tan consentidor como el PSOE. Baste para demostrarlo con recordar la negativa del Gobierno de Aznar a recurrir (forzó también al Defensor del Pueblo para que no lo hiciera) la ley lingüística aprobada en tiempos de Pujol (esa que permite poner multas a los establecimientos que no rotulen en catalán). Pero, hoy por hoy, son los socialistas —que tienen en Cataluña más votos que el PP— quienes han de cargar con mayor responsabilidad a la hora de defender allí las ideas y los intereses de los catalanes no nacionalistas —que son millones—, a los cuales se les está reduciendo —ya se ha dicho— a la condición de mozárabes. Y esa es una tarea que el PSOE (con o sin el PSC) no puede obviar y para ello y en primer lugar es preciso olvidar ese estúpido “horror al lerrouxismo” que se impuso durante la Transición. Por lo tanto, ha de clarificarse cuanto antes la relación del PSOE con el PSC y aclarar también si este último quiere jugar a “la puta” o a “la Ramoneta”. Se precisa claridad; por ejemplo, acerca del federalismo (¿y qué otra cosa es el Estado de las Autonomías en su desarrollo actual?). Convendría saber de qué federalismo habla el PSC, no vaya a ser que estemos ante esa ensoñación impracticable y contradictoria en sus términos que algunos llaman “federalismo asimétrico”.
Lo que no puede hacer el PSOE en este asunto es el papel de don Tancredo, pues en tan incómoda postura va a ser el primero a quien el toro se lleve por delante.
Joaquín Leguina es economista y fue presidente de la Comunidad de Madrid.

¿‘Quo vadis’, Artur Mas?



El ‘president’ no entiende ni hacia dónde pretende ir la UE ni, sobre todo, a dónde no quiere volver
ANA MAR FERNÁNDEZ PASARÍN 31 OCT 2012 El País.
Sorprende constatar, día tras día, la ligereza con la que políticos como Artur Mas claman y proclaman la vocación naturalmenteeuropea de lo que sería un Estado catalán independiente del resto de España desplegando, para ello, una retórica de corte esencialmente antieuropea. Asombra un discurso construido en negativo, articulado en torno a unos argumentos fundamentalmente contrarios al espíritu, los valores y el derecho de la UE.
“¿Cataluña, próximo Estado de Europa?”. A la vista del desconocimiento que delata una afirmación tan grandilocuente, cabe recordar al presidente de la Generalitat algunos de los principios básicos que regulan la Unión Europea. Principios constitucionales y funcionales que obligan a todos sus miembros por cuanto la legalidad jurídica no es una mera noción abstracta que se puede obviar en función de la oportunidad política del momento.
El primero de ellos es el propio concepto de unión. Tal y como estipula el Preámbulo del Tratado de la Unión Europea (TUE), esta organización política encuentra su origen en la voluntad de “acercar los pueblos de Europa en una unión cada vez más estrecha” con el doble objetivo de mantener la paz en el continente europeo y lograr su prosperidad económica. Es decir, Europa como entidad política debe su nacimiento a un principio normativo meridianamente claro: es la preferencia de la unión frente a la fragmentación, la cohesión frente a la desagregación o, si se prefiere, las fuerzas centrípetas (que no centralizadoras) frente a las centrífugas lo que constituye la verdadera garantía de estabilidad política y de crecimiento económico. La actual parálisis de la arquitectura comunitaria, bloqueada por la proliferación de los egoísmos nacionales es una buena prueba de ello.
El segundo principio es la idea de integración. Para unir los pueblos de Europa, la fórmula europea consiste en integrar las competencias soberanas y exclusivas de los Estados miembros. En otras palabras, en términos funcionales la construcción europea se basa en un principio básico: la renuncia progresiva, y en grados diversos, de parcelas de poder previamente en manos de los Estados (ya sea a través del gobierno nacional o de los gobiernos regionales, donde existan) y su cesión a un nivel político de carácter supraestatal. Desde la política de la competencia hasta la política monetaria pasando por la política agrícola o medioambiental, el modo de funcionamiento de la UE pasa por la inclusión en conjuntos más amplios y no por el repliegue localista. Hoy en día, el 70% de la legislación y, por lo tanto, de las políticas públicas que vinculan a los Estados miembros (y, en consecuencia, también a sus regiones) encuentran su origen en una normativa europea. Responsabilizar en exclusiva al Estado de los males propios es fácil y probablemente rentable desde el punto de vista electoral pero no se justifica desde la perspectiva de la realidad de los procesos decisorios.
El discurso actual del ‘expolio fiscal’, simplista y populista, no es forma de hacer méritos en la UE
Ello remite a un tercer principio: el interés general. La Unión Europea ha sido posible porque unos hombres de Estado —esa categoría en vías de extinción— como Jean Monnet o Konrad Adenauer tuvieron la clarividencia suficiente para darse cuenta de que el bien particular pasa por el bien común. Tras las devastadoras consecuencias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, precisamente relacionadas con la marea de ultranacionalismos populistas que anegaron Europa a principios del siglo XX, los Padres Fundadores tuvieron la inteligencia necesaria para darse cuenta y hacer comprender a las sociedades europeas que solo sumando y no restando se puede lograr un bien superior y en beneficio de todos. Un valor y principio de gobierno que encarna la propia idea de Comunidad Europea y condensa el lema europeo: “unidad en la diversidad”.
Esta visión es también la que sustenta el desarrollo de otro vértice del ordenamiento constitucional europeo: la solidaridad interterritorial como factor de cohesión económica y social. Solidaridad europea como condición para el bienestar económico del conjunto y no de una parte de la Unión. Cataluña se ha beneficiado de ingentes cantidades de fondos estructurales europeos debido a su pertenencia a España y en virtud de la aplicación de este principio de solidaridad. El discurso actual, simplista y con tintes populistas, del expolio fiscal no es precisamente la mejor manera de hacer méritos en Europa. En efecto, ¿No augura ello acaso que, mañana, en el caso de que Cataluña tuviese que contribuir de forma neta al presupuesto comunitario, Artur Mas podría emprender una campaña en contra de Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria diciendo que "roban a Cataluña"? ¿Comenzaría una campaña de propaganda en contra de la financiación de redes transeuropeas en los países de Europa central y oriental con la misma inquina con la que se está actualmente movilizando en contra del AVE gallego o del corredor central? Participar plenamente del proceso de construcción europea requiere algo más (y sobre todo, algo distinto) que el ilusionismo político, la búsqueda de chivos expiatorios y la demagogia populista e insolidaria.
Por último, los anteriores principios y valores se hacen efectivos en la casa europea a través de una regla formal y de extraordinaria importancia que no se puede eludir: el respeto de la jerarquía normativa establecida y pactada por todas las partes firmantes de los Tratados constitutivos europeos. Un líder responsable tendría que tener en cuenta que amenazar con el incumplimiento de la norma constitucional adoptada en su momento dice poco o nada a favor de la fiabilidad y lealtad institucional como socio comunitario, además de que socava de manera profunda la seguridad jurídica que un jefe de gobierno debería transmitir a sus conciudadanos. Todo ordenamiento jurídico se rige por un principio esencial que es el pacta sunt servanda. Las reglas del juego están hechas para ser respetadas. Ello no significa que sean inamovibles pero sí que se deben respetar mientras no existan otras adoptadas por el conjunto de los que conforman la soberanía popular.
En definitiva, no sabemos a dónde va o pretende ir el presidente de la Generalitat. Lo que sí podemos decir es que enarbolar la bandera europea es condición necesaria pero no suficiente para ser miembro de la UE. Más allá de los condicionantes legales que rigen toda adhesión, existen unos valores y principios anclados en la historia y en la propia idea de Europa unida y como tal, exigibles a todos los que pretenden formar parte de ella. Pretender jugar en la liga europea cuando uno demuestra día tras día una escasa capacidad para desenvolverse sin romper en una liga más próxima, como es la española, no parece la manera más acertada e informada de hacer valer unas credenciales europeas. En efecto, demuestra no haber entendido ni hacia dónde pretende ir Europa ni, sobre todo, a dónde no quiere volver.
Ana Mar Fernández Pasarín es profesora titular de Ciencia Política y de la Administración en la UAB e investigadora del Observatorio de Instituciones Europeas de Sciences Po Paris (CEE).

El reconocimiento de Cataluña



Mas debe plantearse el escenario de una independencia sin consenso en España
MARTÍN ORTEGA CARCELÉN 23 NOV 2012 El País
Nuestra sociedad, que está muy avanzada en algunos aspectos, todavía no ha caído en la cuenta de la importancia de la prospectiva. Es preciso mirar al futuro para explorar hacia dónde conducen las grandes tendencias y también para calibrar los efectos de nuestros actos. Esta afirmación general es válida para el proyecto independentista que Artur Mas está favoreciendo en Cataluña, más cerca de la rauxa que del seny.
Dicho proyecto ignora las consecuencias internacionales de una independencia contra la voluntad del estado, y esto supone una falta de previsión notable por parte de sus líderes. Se habla mucho sobre si una Cataluña independiente estaría dentro o fuera de la Unión Europea, mientras que no se considera el paso previo para cualquier nuevo estado en la comunidad internacional: el reconocimiento.
En Derecho Internacional, el reconocimiento es un acto unilateral que realiza libremente un país por el cual acepta la creación de otro a partir de entidades diversas (un pueblo colonial, un estado que se divide, varios que se fusionan, etc.). Tal reconocimiento es impresicindible porque únicamente la entidad con una aceptación suficiente podrá participar en relaciones multilaterales, y acceder a organizaciones como la UE, Naciones Unidas, la OMC o el Consejo de Europa.
Si no cuentan con reconocimientos bastantes, los nuevos estados no podrán tener vida internacional
Los estados se definen por tres elementos constitutivos: territorio, población y gobierno propio. Pero si, además, no cuentan con reconocimientos bastantes, estarán incapacitados para llevar a cabo una vida internacional en consecuencia. Pensemos en el caso de Taiwan, que cumple los tres primeros rasgos, pero disfruta de un reconocimiento muy limitado porque la mayoría de los estados entiende que es un país de origen artificioso que eventualmente terminará formando parte de China.
Naciones Unidas cuenta hoy con 193 estados miembros. En la medida que el reconocimiento avance hacia ese número, los nuevos estados pueden considerarse correctamente creados. Aquí hay que diferenciar varias situaciones. Existen nuevas entidades que han recibido un número muy pequeño de reconocimientos, como por ejemplo Osetia del Sur, que declaró su independencia de Georgia en el verano de 2008. En un escalón superior, aunque Taiwan mantiene relaciones diplomáticas con una veintena de estados, casi ninguno tiene una auténtica relevancia internacional.
Subiendo un peldaño más, Kosovo cuenta con el reconocimiento de la mitad de los miembros de Naciones Unidas, pero esto tampoco le permite mantener unas relaciones normales. La declaración unilateral de independencia con respecto a Serbia de febrero de 2008 fue apoyada por Estados Unidos y diversas potencias europeas, quienes calcularon una aceptación mayoritaria del nuevo país. Sin embargo, años después, importantes actores como Brasil, China, India, México, Rusia, además de España y otros miembros de la UE, estiman que esa nueva entidad no debe ser considerada como independiente sino como parte de Serbia. En la zona superior de la escala, el rápido reconocimiento de nuevos candidatos permite su entrada en las instituciones internacionales, como ocurrió con Timor-Leste (miembro de Naciones Unidas desde 2002), Montenegro (2006) o Sudán del Sur (2011).

¿Qué estados europeos reconocerían una independencia definida unilateralmente?
Situaciones diferentes existen cuando los estados deciden reconocer entidades que no cuentan con los tres elementos constitutivos, como la República Árabe Saharaui Democrática o Palestina, con el fin de manifestar su apoyo político. Este reconocimiento de carácter ficticio puede tener no obstante consecuencias jurídicas internacionales, aunque tampoco permite una participación normal en las relaciones globales.
La exigencia de reconocimiento aquí descrita deja sin duda varias cuestiones abiertas para los defensores de una Cataluña independiente. Estas preguntas no son fruto de una toma de posición, sino que vienen dadas por la experiencia histórica, los imperativos del Derecho Internacional y la necesidad de la prospectiva. Desde luego, Artur Mas favorece la via unilateral y debería plantearse los escenarios de futuro que abre esa exclusión del consenso en España. ¿Qué estados europeos reconocerían una independencia definida unilateralmente? ¿Cabe pensar en una situación de división en el seno de la UE como sucede con Kosovo? Fuera de Europa, ¿en qué países del mundo se apoyaría el movimiento independentista para buscar los primeros reconocimientos? ¿Debe Artur Mas comenzar una campaña internacional en este sentido? ¿Se ha planeado qué hacer si no se obtienen los reconocimientos suficientes para entrar en la UE y en la ONU? ¿Qué futuro espera a los ciudadanos de esa Cataluña independiente al margen de las instituciones internacionales?
Martín Ortega Carcelén es profesor de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de Madrid.

¿Cuándo se jodió España?



En el momento en que se tachó de franquista o fascista a quien no aplaudía las iniciativas de las nacionalidades históricas
FRANCISCO DE SERT 22 NOV 2012 – El País.
La dejación por la izquierda de símbolos españoles y hasta de la propia idea de España, al no considerarlos del todo propios sino heredados del franquismo e impuestos en la Transición, propició que el reaccionario y poderoso nacionalismo español se apropiara de ellos. Esta apropiación llevada a extremos a menudo predemocráticos y privativos del régimen anterior, es causa del desafecto de buena parte de los españoles a España. Parodiando a Vargas Llosa con la pregunta de cuándo se jodió España, podríamos decir que cuando en la periferia declararse español fue sinónimo, no solo de franquista sino hasta de fascista. Evidentemente fue el general Franco quien dinamitó la idea de España, prostituyéndola con hechos criminales, cuando no ridiculizándola con grandilocuencias absurdas y falsedades históricas, amén de haber masacrado al pueblo español durante la Guerra Civil y los casi 40 años de dictadura; violando esa idea de España que había sido motivo de doctas y apasionadas discusiones intelectuales, desde la generación del 98, la del 27, hasta la de los 50.
Lejos queda la Barcelona capital del antifranquismo, núcleo cultural de la lengua castellana, lugar de encuentro de grandes poetas de la generación de los cincuenta y centro de acogida de intelectuales latinoamericanos, quienes lograrían el boom literario más importante en lengua castellana del siglo XX. Lejos están los tiempos en que en Madrid, entre los jóvenes y no tan jóvenes, triunfaban Raimon y Serrat cantando en catalán, y toda España democrática y progresista se identificaba con Cataluña en sus reivindicaciones, coreando “Llibertat, Amnistia i Estatut d´Autonomia”. El antifranquismo así como el espíritu de la Transición se han ido diluyendo casi por completo.
Ante la hecatombe que nos está cayendo, los nacionalismos resurgen suscitados por el miedo. Los diferentes pueblos periféricos que conforman España no siguen los sabios consejos de unidad que pide el Rey, y se pierden en discusiones bizantinas, en que si son galgos o podencos, o escapismos, huyendo de la realidad en sueños que son quimeras. España invertebrada, atrapada por dos nacionalismos antagónicos que se retroalimentan, el catalán y el español, parece abocada ahora a un choque frontal de trenes, si un proyecto federalista de última hora no lo remedia. Y la víctima mortal es España que se desintegraría por un efecto dominó en una profusión de reinos de taifas —Cataluña, Euskadi, Galicia, Andalucía— sin futuro en Europa y fuera de Europa.
Tantos siglos de historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición y las ansias de poder de los nacionalismos enrocados
España no puede desaparecer, pese a sus demonios y al cainísmo nacionalista. No se trata de un país balcánico, tal Yugoslavia o Checoslovaquia, creados artificialmente en las entreguerras con los despojos del Imperio Austrohúngaro, sino de quizás uno de los paises más antiguos de Europa; con mil quinientos años de historia, si consideramos al reino visigodo antecedente de España; con casi 500 años, si partimos de la unión del Reino de Castilla con la Corona de Aragón, y una unión más orgánica de cerca de 300 años. Tantos siglos de historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición y las ansias de poder de los nacionalismos enrocados. No se pueden olvidar las tres últimas décadas, los años más prósperos, felices y libres de nuestra historia bajo el manto de la Monarquía parlamentaria: pasamos de un país tercermundista a la octava economía del mundo. De un país de emigrantes a otro de inmigrantes. De unas costumbres morigeradas a una de las legislaciones más libres de Europa. De un país de hambre, a la cabeza de la gastronomía mundial.
Parecía que la bonanza no tendría fín. Se crearon infraestructuras, se urbanizaron los suburbios, la sanidad era de las mejores de la Unión Europea y el estado de bienestar era equivalente a muchos países de nuestro entorno: la renta per cápita de los españoles había crecido más de seis veces en treinta años. Por fín en España se podía vivir: habíamos acabado con el mal sueño de las dos españas gracias a la Monarquía de todos. Pero, los excesos, las carencias, las corrupciones, los errores afloran ahora con el descalabro económico. Resurgen los demonios ancestrales y de nuevo el verso de Gil de Biedma cobra sentido: "De todas las historias de la Historia / la historia más triste es la de España / porque acaba mal...".
Todo nacionalismo es por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la magnificación de la identidad, en la culpabilización del otro.
El nacionalismo que nace en Europa ha de morir en la Unión Europea. Lacra de los últimos tiempos, desde que se inició envuelto en la falsa bandera de un romanticismo beligerante, a fin de acabar con las ideas universalistas de la Enciclopedia y la Ilustración, hasta dar lugar a las mayores tragedias conocidas: la primera guerra europea, el fascismo, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, el franquismo, el estalinismo, las últimas guerras balcánicas, además de otras tragedias de menor enjundia. Todo nacionalismo es por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la magnificación de la identidad, en la culpabilización del otro, en el patriotismo doctrinario, opuesto a los postulados de la izquierda. Lo estamos sufriendo los países del sur de Europa, azotados por el nacionalismo del norte que está poniendo en un brete a la Unión Europea.
El nacionalismo catalán que gobierna una de las autonomías más ricas y también la más endeudada (40.000millones de euros) ha sido el primero en adoptar medidas antisociales que dinamitan el estado de bienestar. La Generalitat está en bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le anuncia su proyecto de secesión con un referéndum previo. Convoca elecciones a fín de alcanzar la mayoría absoluta, aprovechando la debilidad del socialismo catalán y la fuerza de la manifestación multitudinaria del 11 de septiembre de los descontentos y de los obnubilados por la moda independentista. Mas la corrupción se esconde bajo la senyera ahora estelada: El oasis catalán se ha convertido en una ciénaga salpicada por los nuevos escándalos del Palau de la Música y las presuntas estafas en la concesión del ITV.
La Generalitat está en bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le anuncia su proyecto de secesión con un referéndum previo
La tan cacareada comparación de Cataluña que nunca ha tenido estado propio, con Escocia que fue reino independiente hasta principios del XVIII, no tiene mucho fundamento. Si acaso se podría comparar el pacto con la Corona de Aragón desaparecida hace mucho tiempo. Inglaterra no tiene constitución escrita y España sí, y aprobada por la gran mayoría del pueblo catalán en 1978. Por consiguiente, el procedimiento legal para una consulta de este tipo es mucho más laborioso y complicado. Con Flandes, Cataluña tiene más en común: dos pueblos europeos con mucha historia y sin estado propio, y a la cabeza de sus países respectivos. Con la diferencia que Bélgica se crea artificialmente hacia 1830, y España tiene todo el sentido histórico que otorgan muchos siglos más.
La tarea es ahora desactivar a los nacionalismos. Frente a ellos, la forma racional de vertebrar de una vez por todas a España es el federalismo. Una federación fuerte, cohesionada, integradora, que incluso podría unirse a Portugal en una Federación Ibérica, con capital rotativa entre Madrid, Lisboa y Barcelona, lo que supondría un mayor peso específico en la Unión Europea. La formulación de una Constitución Federal que reforme la ya existente y logre el encaje de las nacionalidades históricas más Andalucía, en una España vertebrada y plurinacional sería el objetivo. Y el primer paso, la transformación del senado en Cámara de Representación Territorial. Liderar el federalismo español debería ser la bandera de un refundado socialismo que irrumpiera en Europa con postulados de izquierda. La huelga general del 14N en plena campaña electoral catalana ha sido el primer obús a la línea de flotación del nacionalismo. Y ya un grupo de la sociedad civil clama en dos manifiestos por un federalismo de izquierdas y por una Cataluña en España.
Mas otra España alborea, la machadiana del cincel y de la maza, de la rabia y de la idea… la España de mis amores.