En
el momento en que se tachó de franquista o fascista a quien no aplaudía las
iniciativas de las nacionalidades históricas
FRANCISCO
DE SERT 22 NOV 2012 – El País.
La
dejación por la izquierda de símbolos españoles y hasta de la propia idea de
España, al no considerarlos del todo propios sino heredados del franquismo e
impuestos en la Transición, propició que el reaccionario y poderoso
nacionalismo español se apropiara de ellos. Esta apropiación llevada a extremos
a menudo predemocráticos y privativos del régimen anterior, es causa del
desafecto de buena parte de los españoles a España. Parodiando a Vargas Llosa
con la pregunta de cuándo se jodió España, podríamos decir que cuando en la
periferia declararse español fue sinónimo, no solo de franquista sino hasta de
fascista. Evidentemente fue el general Franco quien dinamitó la idea de España,
prostituyéndola con hechos criminales, cuando no ridiculizándola con
grandilocuencias absurdas y falsedades históricas, amén de haber masacrado al
pueblo español durante la Guerra Civil y los casi 40 años de dictadura;
violando esa idea de España que había sido motivo de doctas y apasionadas
discusiones intelectuales, desde la generación del 98, la del 27, hasta la de
los 50.
Lejos
queda la Barcelona capital del antifranquismo, núcleo cultural de la lengua
castellana, lugar de encuentro de grandes poetas de la generación de los
cincuenta y centro de acogida de intelectuales latinoamericanos, quienes
lograrían el boom literario más importante en lengua castellana del siglo XX.
Lejos están los tiempos en que en Madrid, entre los jóvenes y no tan jóvenes,
triunfaban Raimon y Serrat cantando en catalán, y toda España democrática y
progresista se identificaba con Cataluña en sus reivindicaciones, coreando
“Llibertat, Amnistia i Estatut d´Autonomia”. El antifranquismo así como el
espíritu de la Transición se han ido diluyendo casi por completo.
Ante
la hecatombe que nos está cayendo, los nacionalismos resurgen suscitados por el
miedo. Los diferentes pueblos periféricos que conforman España no siguen los
sabios consejos de unidad que pide el Rey, y se pierden en discusiones
bizantinas, en que si son galgos o podencos, o escapismos, huyendo de la
realidad en sueños que son quimeras. España invertebrada, atrapada por dos
nacionalismos antagónicos que se retroalimentan, el catalán y el español,
parece abocada ahora a un choque frontal de trenes, si un proyecto federalista
de última hora no lo remedia. Y la víctima mortal es España que se desintegraría
por un efecto dominó en una profusión de reinos de taifas —Cataluña, Euskadi,
Galicia, Andalucía— sin futuro en Europa y fuera de Europa.
Tantos
siglos de historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición
y las ansias de poder de los nacionalismos enrocados
España
no puede desaparecer, pese a sus demonios y al cainísmo nacionalista. No se
trata de un país balcánico, tal Yugoslavia o Checoslovaquia, creados
artificialmente en las entreguerras con los despojos del Imperio Austrohúngaro,
sino de quizás uno de los paises más antiguos de Europa; con mil quinientos
años de historia, si consideramos al reino visigodo antecedente de España; con
casi 500 años, si partimos de la unión del Reino de Castilla con la Corona de
Aragón, y una unión más orgánica de cerca de 300 años. Tantos siglos de
historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición y las
ansias de poder de los nacionalismos enrocados. No se pueden olvidar las tres
últimas décadas, los años más prósperos, felices y libres de nuestra historia
bajo el manto de la Monarquía parlamentaria: pasamos de un país tercermundista
a la octava economía del mundo. De un país de emigrantes a otro de inmigrantes.
De unas costumbres morigeradas a una de las legislaciones más libres de Europa.
De un país de hambre, a la cabeza de la gastronomía mundial.
Parecía
que la bonanza no tendría fín. Se crearon infraestructuras, se urbanizaron los
suburbios, la sanidad era de las mejores de la Unión Europea y el estado de
bienestar era equivalente a muchos países de nuestro entorno: la renta per
cápita de los españoles había crecido más de seis veces en treinta años. Por
fín en España se podía vivir: habíamos acabado con el mal sueño de las dos
españas gracias a la Monarquía de todos. Pero, los excesos, las carencias, las
corrupciones, los errores afloran ahora con el descalabro económico. Resurgen
los demonios ancestrales y de nuevo el verso de Gil de Biedma cobra sentido:
"De todas las historias de la Historia / la historia más triste es la de España
/ porque acaba mal...".
Todo
nacionalismo es por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la
magnificación de la identidad, en la culpabilización del otro.
El
nacionalismo que nace en Europa ha de morir en la Unión Europea. Lacra de los
últimos tiempos, desde que se inició envuelto en la falsa bandera de un
romanticismo beligerante, a fin de acabar con las ideas universalistas de la
Enciclopedia y la Ilustración, hasta dar lugar a las mayores tragedias
conocidas: la primera guerra europea, el fascismo, la Guerra Civil española, la
Segunda Guerra Mundial, el franquismo, el estalinismo, las últimas guerras
balcánicas, además de otras tragedias de menor enjundia. Todo nacionalismo es
por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la magnificación de
la identidad, en la culpabilización del otro, en el patriotismo doctrinario,
opuesto a los postulados de la izquierda. Lo estamos sufriendo los países del
sur de Europa, azotados por el nacionalismo del norte que está poniendo en un brete
a la Unión Europea.
El
nacionalismo catalán que gobierna una de las autonomías más ricas y también la
más endeudada (40.000millones de euros) ha sido el primero en adoptar medidas
antisociales que dinamitan el estado de bienestar. La Generalitat está en
bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le anuncia su proyecto de
secesión con un referéndum previo. Convoca elecciones a fín de alcanzar la
mayoría absoluta, aprovechando la debilidad del socialismo catalán y la fuerza
de la manifestación multitudinaria del 11 de septiembre de los descontentos y
de los obnubilados por la moda independentista. Mas la corrupción se esconde
bajo la senyera ahora estelada: El oasis catalán se ha convertido en una
ciénaga salpicada por los nuevos escándalos del Palau de la Música y las
presuntas estafas en la concesión del ITV.
La
Generalitat está en bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le
anuncia su proyecto de secesión con un referéndum previo
La
tan cacareada comparación de Cataluña que nunca ha tenido estado propio, con
Escocia que fue reino independiente hasta principios del XVIII, no tiene mucho
fundamento. Si acaso se podría comparar el pacto con la Corona de Aragón
desaparecida hace mucho tiempo. Inglaterra no tiene constitución escrita y
España sí, y aprobada por la gran mayoría del pueblo catalán en 1978. Por
consiguiente, el procedimiento legal para una consulta de este tipo es mucho
más laborioso y complicado. Con Flandes, Cataluña tiene más en común: dos
pueblos europeos con mucha historia y sin estado propio, y a la cabeza de sus
países respectivos. Con la diferencia que Bélgica se crea artificialmente hacia
1830, y España tiene todo el sentido histórico que otorgan muchos siglos más.
La
tarea es ahora desactivar a los nacionalismos. Frente a ellos, la forma
racional de vertebrar de una vez por todas a España es el federalismo. Una
federación fuerte, cohesionada, integradora, que incluso podría unirse a
Portugal en una Federación Ibérica, con capital rotativa entre Madrid, Lisboa y
Barcelona, lo que supondría un mayor peso específico en la Unión Europea. La
formulación de una Constitución Federal que reforme la ya existente y logre el
encaje de las nacionalidades históricas más Andalucía, en una España vertebrada
y plurinacional sería el objetivo. Y el primer paso, la transformación del
senado en Cámara de Representación Territorial. Liderar el federalismo español
debería ser la bandera de un refundado socialismo que irrumpiera en Europa con
postulados de izquierda. La huelga general del 14N en plena campaña electoral
catalana ha sido el primer obús a la línea de flotación del nacionalismo. Y ya
un grupo de la sociedad civil clama en dos manifiestos por un federalismo de
izquierdas y por una Cataluña en España.
Mas
otra España alborea, la machadiana del cincel y de la maza, de la rabia y de la
idea… la España de mis amores.
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