Documentos inéditos relatan
las historias de republicanos españoles que, tras huir de las cárceles de la
dictadura, alcanzaron la libertad gracias al embajador mexicano en Lisboa
Luis Prados 25 NOV 2012
"Al entrar en mi pueblo las
fuerzas fascistas me buscaron para fusilarme, pero no lo consiguieron porque ya
me había fugado. Como no pudieron cogerme, fusilaron a dos hermanos míos”. Así
empieza su relato al llegar a Lisboa a finales de 1946, huyendo de la dictadura
franquista, Joaquín Martín Reinoso, de 33 años, soltero, natural de Fuentes de
León (Badajoz) y militante del PSOE. Uno de los cientos, tal vez miles, de
republicanos españoles que encontraron auxilio en la Embajada de México en
Portugal y a cuyos testimonios, inéditos hasta ahora y conservados en el
archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, ha tenido acceso EL
PAÍS. Su peripecia es un ejemplo más de las penalidades sufridas por tantos
fugitivos del franquismo durante 10 años terribles de guerra y cárcel hasta que
encontraron en el país vecino la mano amiga de Gilberto Bosques, embajador
mexicano en Lisboa, y pudieron escapar hacia la libertad.
“Yo me había marchado a
Madrid”, continuaba Martín Reinoso, “incorporándome al batallón de Margarita Nelken
y combatiendo hasta el 28 de agosto de 1938 en que perdí el brazo a
consecuencia de un morterazo del enemigo en la posición de Carabanchel (…). Me
lo amputaron y me dieron inútil total. Como había que evacuar Madrid y no sabía
adónde ir, cogí el tren y me marché para mi tierra (…). En Talarrubias
(Badajoz) me detuvieron y me mandaron a Siruela, donde me tuvieron 15 días
sufriendo los más malos ratos que se pueden dar; de ahí me trasladaron al campo
de concentración de Castuera, donde sacaban a los hombres en camiones para
fusilarlos. Un día, un falangista me pegó una paliza por gusto. Al año me
trasladaron a Herrera del Duque, donde la comida nos la daban cada 24 horas,
150 gramos de pan y 2 sardinas”.
En enero de 1941, Martín
Reinoso fue condenado a muerte, pena que después le sería conmutada por la de
20 años y un día. En 1946 recibió un indulto y volvió a su pueblo. Pero sus
desgracias estaban aún lejos de acabar. “Me presenté a la Junta de Libertad
Vigilada y me mandaron al cuartel de la Guardia Civil. Mi llegada fue mala.
Empezó el comandante del puesto por insultarme todo lo que quiso hasta decirme
que me iba a dar una paliza y me iba a cortar la otra mano (…). Me dijo que me
tenía que presentar todos los domingos y que me iba a vigilar muy de cerca (…).
Me prohibió entrar en ningún casino; a las ocho de la noche tenía que estar en
casa (…). El 27 de octubre fue la última vez que me presenté porque esa noche
me volvieron a llamar. Aquello no me gustó nada y crucé la frontera…”.
Y concluye: “No he de olvidar
las dos animaladas cometidas contra dos hermanos míos, ni la de mi querido
padre, que murió cuando iba para la estación de Fregenal de la Sierra con el
carro y le salieron al camino los fascistas y por no decir dónde me encontraba
yo le dieron fuego al carro (…) y no quiero escribir más porque recordando toda
la historia pierdo el sentido”.
Su caso, como los más de cien
historiales referidos al periodo 1946-1948 conservados en seis gruesas carpetas
en el archivo de la cancillería mexicana, ilumina uno de los momentos más
tenebrosos de la historia reciente de España, la represión política de la
inmediata posguerra. El miedo, la delación, la venganza, la tortura y el
infortunio, pero también las casualidades inverosímiles, se unen en un rosario
de penales, campos de concentración y batallones de castigo. Una geografía del
terror de la que campesinos, exmilitares, albañiles, maestros y mecánicos
escapan a pie y a oscuras, perdidos por las sierras de la Península, hasta
alcanzar el incierto refugio de Lisboa.
“Desde los Pirineos hasta
Málaga lo hice a pie en 39 días, en los cuales pasé todas las calamidades que
puede pasar una persona”, cuenta el malagueño y militante de la CNT Juan
Contreras Mancera, de 36 años, que, tras fugarse de un batallón disciplinario
de Noales (Huesca) el 20 de junio de 1943 y permanecer dos años escondido en
Málaga, logra junto con un compañero, “unas veces a pie y otras en tren”,
cruzar la frontera portuguesa el 8 de marzo de 1945.
La enfermera socialista de
Badajoz Isabel Pavón Pavón, de 42 años, narra a su llegada al país vecino que
tras la entrada de las fuerzas franquistas a su ciudad fue detenida y
“propuesta para fusilamiento, no llevándose este a cabo por no sé qué causas”.
“No obstante, me hicieron beber medio litro de aceite de ricino y me cortaron
el pelo. A mi padre, que contaba 70 años y desempeñaba el cargo de alcalde de
Aceuchal, lo fusilaron, y mi hermano, que tenía el mismo cargo en Almendralejo,
tuvo que huir…”.
José Couvelo se escapó a Lisboa aprovechando un permiso del
manicomio. “Me fingí loco como único medio de
salvación”.
Llegar al Portugal del
dictador Salazar, estrecho aliado de Franco, no era ninguna garantía de
seguridad. Indocumentados e indigentes, los fugitivos tenían que esconderse,
pues si caían en manos de la policía portuguesa eran devueltos de inmediato al
presidio o al cadalso español. Una de sus tablas de salvación, como acreditan
los documentos ahora desvelados, era la organización humanitaria norteamericana
Unitarian Service Comitte (USC), creada en 1940 con el fin de rescatar judíos,
con sedes en Lisboa y Marsella, que trabajando clandestinamente colaboraba con
la legación mexicana en la capital portuguesa.
El embajador Gilberto Bosques
fue un pionero de la ayuda a los refugiados de guerra. Ya como cónsul en
Marsella durante el régimen de Vichy, su actividad había sido crucial para
salvar a miles de españoles de los campos de concentración franceses y ahora,
desde su nueva posición, iba a continuar su misión de solidaridad. Pese al
hecho de que el embajador de España en Lisboa fuera Nicolás Franco, el hermano
del dictador, el diplomático logró, mediante un pacto de caballeros, que
Salazar mirase para otro lado y permitiera que la Embajada “protegiera y
embarcara a los prófugos republicanos españoles con destino a México”, como
recuerda en el libro de entrevistas Gilberto Bosques, el oficio del gran
negociador.
El recorte de prensa que
critica la política de ayuda a refugiados
Tanto el presidente Lázaro
Cárdenas como su sucesor, Manuel Ávila Camacho, dieron a Bosques gran libertad
de acción para resolver los dramas humanos que se iban presentando a cada paso.
Los 1.482 documentos relativos al destino de más de 500 españoles leídos ahora
por EL PAÍS dan cuenta del trasiego de comunicaciones entre la Embajada y las
Secretarías de Exteriores y Gobernación mexicanas, así como entre aquella y la
USC, o las cartas de recomendación de republicanos ya instalados en México,
algunos muy notables, como el general Miaja, el socialista Indalecio Prieto o
el exgobernador del Banco de España Luis Nicolau d’Olwer, en favor de los
fugitivos.
La prioridad, antes de que la
legación mexicana diera papeles al español evadido para que pudiera marchar a
México o Venezuela, los dos destinos más comunes, era confirmar que realmente
eran acosados en España por su militancia política. De esta tarea se encargaba
la USC tomando declaración, escrita frecuentemente a máquina y en primera
persona, al fugado y firmada por este. Entre ese centenar de historiales hay
algunos casos en que se negó el apoyo —“de sus declaraciones hemos deducido que
habían salido de España por falta de trabajo o dificultades económicas y no
como perseguidos por sus actividades políticas”; “según varios compañeros, es
acusado de confidente”—, pero la inmensa mayoría relata unas vidas de
inconsolable desgracia y heroica resistencia.
Manuel Trigo Domínguez,
sevillano, que acabaría la guerra como teniente y sería condenado a muerte e
indultado a finales de 1940, declara el 4 de diciembre de 1946, al poco de
llegar a Portugal, que era tal el acoso policial al que se veía sometido que
tomó una drástica decisión: “Recurrí a fingirme loco como único medio de
salvación. Estuve fingiendo hasta el 6 de octubre de 1946. En dicha fecha salí
del manicomio de Miraflores de Sevilla, con permiso dado a los clientes
mejorados (…), permiso que estoy disfrutando en Lisboa, fuera del terror
fascista que asola mi patria…”. José Couvelo Lorenzo, de Pontevedra, de 28
años, recuerda cuando le llevaban prisionero al penal de Burgos “con los
grillos en las manos corriendo la sangre” y cuando “los fascistas” le metieron
“en una prensa de hierro para que confesase”.
Ángel López Sot,
universitario malagueño y militante de las Juventudes Socialistas, fue hecho
prisionero por soldados italianos en febrero de 1937. Logró escapar y regresar
campo a través a su ciudad natal, pero fue detenido de nuevo al ser delatado
por una vecina. “Días más tarde, a la una de la madrugada, fui conducido con
nueve jóvenes más y una señorita al cementerio de San Rafael, donde fueron
fusilados en presencia mía, librándome yo gracias a la intervención de un
teniente que al tomarme el nombre y la edad se impresionó que fuera tan joven”.
Agustín Giménez Campaña,
cordobés, fue condenado a muerte al término de la guerra. Su relato en tercera
persona es de una impasibilidad desconcertante: “Trasladado al amanecer del 28
de mayo de 1940 al Cementerio Municipal del Este de Madrid y fusilado en unión
de otros 50 sin ser herido ni recibir el tiro de gracia, pudo escapar y
esconderse…”. Lograría huir a Portugal al segundo intento tras pasar por las
cárceles de Zamora y Valencia.
Los papeles de Lisboa
permiten establecer un patrón común en la odisea de los fugitivos: condena de
muerte al acabar la guerra, conmutada luego por 30 o 20 años de cárcel, lo que
daba paso a un periplo interminable por el gran presidio en que se había
convertido España; después, el indulto, la delación, una nueva detención y
fuga.
Los documentos dan idea
también de la persistencia de la lucha guerrillera en aquellos años cuarenta.
La resistencia, sobre todo de los militantes comunistas, es de una
determinación épica, como ilustra el caso de Ángel Ansareo Grandas. Tras
participar en la toma del Cuartel de la Montaña y combatir en los frentes de
Guadarrama, Teruel y Cataluña, huye a Francia al perder la guerra. Allí
permanece 10 meses, hasta que es entregado a Franco y encarcelado en Reus.
Escapa y le detienen otra vez el 5 de mayo de 1940. Condenado a muerte en
Madrid, es indultado en 1943. Inmediatamente vuelve a unirse al maquis y llega
a presidir “el congreso que se celebró en Cobas (A Coruña)”. Con el nombre de
guerra de A. Ribas, organiza varios grupos guerrilleros y mantiene cruentos
enfrentamientos armados “con falangistas y guardias civiles”. Llegan a
ofrecerse, según su relato, “medio millón de pesetas por noticias de su
paradero”. Ante el hostigamiento al que es sometido por las fuerzas
franquistas, cruza la frontera de Portugal, “sin rumbo conocido”, y llega a
Lisboa en agosto de 1946. Su declaración jurada acaba: “Eliminando la
descripción y hasta el recuerdo de otros muchos sufrimientos, solo me resta
decir: ¡Viva la República española! ¡Viva la paz en el mundo!”.
Los documentos revelan el
incansable trabajo del embajador sorteando toda clase de trabas para salvar
vidas o reunificar familias, entre ellas, el apercibimiento de la propia
Secretaría de Relaciones Exteriores, que en una carta del 7 de febrero de 1948
le advierte de las “irregularidades observadas en los requisitos
indispensables” que deben cumplir los “asilados políticos”, o la prensa mexicana
hostil a la solidaridad con los perdedores de la Guerra Civil. Un recorte de un
diario incluido en una de las carpetas aprovecha el supuesto mal paso dado por
uno de los republicanos españoles llegados a México para criticar la política
de ayuda a los refugiados. Agustín Giménez Campaña había sido acusado del robo
de 3.000 pesos a una señora. Su foto y la de su esposa aparecen sobre el
titular: Dos pájaros de cuenta. La nota cuenta: “Son dos peligrosos maleantes
de nacionalidad española que entraron en México merced a la generosa
hospitalidad que les brindara en mala hora el Monje Loco de Jiquilpan [alusión
al presidente Lázaro Cárdenas] en calidad de refugachos”.
La atmósfera política estaba
cambiando en México. La solidaridad internacional como principio de la acción
exterior establecido por los políticos cardenistas comenzaba a debilitarse.
Arturo Bretón, sobrino de Bosques, le cuenta en una carta del 14 de mayo de
1948 que en el país “las cosas políticamente andan muy mal y hay mucho
descontento con el Gobierno de [Miguel] Alemán, y los elementos que le rodean
son una verdadera desgracia…”. En España, la dictadura se había consolidado y
los exiliados dejaban de pensar en el regreso. A mexicanos y españoles les
quedaría la memoria de unos hombres que lucharon por un mundo más justo.