jueves, 29 de noviembre de 2012

Cada vez son más los que quieren un modelo territorial distinto al actual y tiran en direcciones opuestas



SANDRA LEÓN 24 OCT 2012 El País
Desde que estalló la crisis económica, uno de los cambios más importantes en la opinión pública ha sido la valoración del Estado autónomo. Tanto la reciente encuesta de Metroscopia de EL PAÍS como el barómetro del CIS de septiembre han puesto de manifiesto que el número de ciudadanos que prefiere un modelo territorial más centralizado supera por segunda vez (como ya ocurrió en julio de 2012) a los que prefieren mantener el modelo actual. Los medios de comunicación se han hecho amplio eco de este dato, pero esto es solo una parte de la historia.
La otra parte, quizá más relevante, tiene que ver con que estas opiniones están cada vez más polarizadas territorialmente. Este dato suele pasar desapercibido porque la mayoría de encuestas utilizan muestras representativas nacionales. Sin embargo, si analizamos la evolución de la opinión pública en cada comunidad autónoma antes y durante la crisis, vemos que desde 2005 los españoles son cada vez más distintos en sus valoraciones sobre qué modelo territorial prefieren (incluso excluyendo a los territorios más divergentes, Cataluña y País Vasco).
El resultado es un Estado autónomo sometido al juego de la cuerda: cada vez hay más ciudadanos que quieren un modelo territorial distinto al actual y tiran en direcciones opuestas; la pulsión recentralizadora se concentra especialmente en Madrid, Aragón y Castilla y León; mientras que en Cataluña, y solo muy recientemente en el País Vasco, aumentan los que prefieren que las comunidades autónomas puedan convertirse en Estados independientes. La polarización de la opinión pública no se da únicamente entre regiones, sino también dentro de algunos territorios. Por ejemplo, en Cataluña, el aumento del independentismo entre 2005 y 2011 (14%) se produce al mismo tiempo que lo hace el porcentaje de ciudadanos que prefiere un único Gobierno central sin autonomías (un 10%, según datos del CIS).
Como la mala prensa del Estado autónomo crece a medida que la crisis económica se profundiza, muchos afirman que la crisis es la causa de los cambios en la opinión pública sobre el modelo territorial. Pero esto no es así en todos los casos. El giro centralizador parece estar más vinculado a la coyuntura económica y a su impacto en algunos sectores de la población, mientras que el giro independentista en Cataluña tiene una naturaleza más estructural y supone la intensificación de cambios en la opinión pública catalana que vienen de lejos.
La estrategia del Gobierno de CiU ha sido la de intentar capitalizar los cambios a través un discurso económico, el del agravio fiscal
De acuerdo con las encuestas, si tomásemos un grupo de ciudadanos con la misma ideología, preferencias partidistas e identidad nacional, quienes tendrían mayor probabilidad de apoyar la centralización del Estado autónomo serían los más vulnerables ante la situación económica, como los pensionistas, los parados, las amas de casa o los de menor formación. Es posible que este sea el grupo donde más haya permeado el discurso del Gobierno que señala a las comunidades autónomas como principales responsables de la crisis y el que vincule la solución a sus problemas a un Gobierno central más fuerte.
En cambio, la explicación para los que apuestan por un modelo territorial donde las regiones puedan hacerse independientes es distinta. Contrariamente a lo que se cree, sus opiniones no están influidas por su valoración de la situación económica ni por su situación laboral. Lo que determina principalmente la opinión de este sector de la población es la cuestión identitaria (si se siente “solo”, “más”, “igual” o “menos catalán que español”). Esto no quiere decir que la crisis carezca de importancia en el giro secesionista, sino que lo hace por cauces distintos a los que explican el giro centralizador. Tampoco significa que el impulso independentista se deba a un cambio radical en las identidades en Cataluña pues, entre 2005 y 2011, el porcentaje de los que se sienten “solo catalanes” ha aumentado en menos de tres puntos (datos del CIS).
Las identidades en Cataluña no han cambiado de forma radical, pero sí lo han hecho sus implicaciones respecto al modelo territorial, al extenderse las preferencias más soberanistas. Esto se debe, por un lado, al progresivo aumento de las demandas de autonomía en la opinión pública catalana desde hace más de una década y a la sensación de que estas han sido frustradas. Por otro lado, la estrategia del Gobierno convergente ha sido la de intentar capitalizar estos cambios a través un discurso económico, el del agravio fiscal, con el que el apoyo a la soberanía se ha hecho más transversal a la situación económica de los ciudadanos y a sus sentimientos identitarios.
En definitiva, aunque la fiebre centralizadora e independentista en la opinión pública parece haber puesto en cuarentena al Estado autónomo, la naturaleza de estas dos pulsiones es distinta. La centralista parece más conectada al impacto de la crisis en algunos sectores de la población y es probable que disminuya cuando mejore la situación económica. No es así en el caso de las pulsiones independentistas, cuyo origen se encuentra en cambios más estructurales que se vienen produciendo en la opinión pública catalana desde antes de la crisis, por lo que cabe esperar que tenga un mayor recorrido en el futuro.
Sandra León es profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense y colaboradora de la Fundación Alternativas.

Los nacionalistas han olvidado que la Constitución es fruto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político



Los nacionalistas han olvidado que la Constitución es fruto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político
JOAQUÍN LEGUINA 1 OCT 2012 – El País
La naturaleza nos echó a este suelo libres y desatados y nosotros nos aprisionamos en determinados recintos  como los reyes de Persia, que se imponían la obligación de no beber otra agua que la del río Choaspes”. Michel de Montaigne
La música nacionalista nos era conocida y también nos era familiar la letra, pero la orquesta y los atambores nunca habían sonado con tanto estruendo como ahora.
 Una huida hacia adelante que la crisis no ha hecho sino empujar, por dos razones, al menos:
1) la tracción centrípeta europea ha perdido fuerza y
2) el victimismo nacionalista exige más que nunca echarle la culpa de “nuestros males” a Madrid. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
En primer lugar, ganando la batalla dentro y fuera de Cataluña a unos adversarios que prefirieron no plantar cara. Y, ya se sabe, las batallas que no se dan siempre se pierden. Además, cuando alguien no encuentra oposición a sus ideas acaba desbarrando. Por otro lado, los nacionalistas jamás hablan de las complicaciones jurídicas y tampoco de los riesgos que para ellos conlleva el viaje a ese Eldorado de la independencia. Para los nacionalistas, Cataluña (representada exclusivamente por ellos) siempre estará por encima de la Ley.
Si te opones a las ideas nacionalistas serás tachado de “centralista” y hasta de “fascista”
El desistimiento de “la otra parte” ha permitido a los independentistas convertir en mozárabes a los catalanes no nacionalistas, especialmente a aquellos que provienen de la inmigración (conviene saber a este respecto que la mayor parte de los catalanes tiene como lengua materna el castellano). En este proceso de asimilación a martillazos el gran responsable político ha sido el PSC. Basta para demostrarlo con ver las actitudes de quien ha sido el paradigma del mozárabe, José Montilla. Un hombre nacido en Córdoba, que no solo ha apoyado con entusiasmo la “inmersión lingüística” sino que le montó un pollo al Tribunal Constitucional por atreverse a “tocar” el famoso Estatuto. En verdad, si hoy te opones a las ideas y sentires de los nacionalistas serás tachado de “centralista”, “nacionalista español” y hasta de “fascista”.
También ha existido la complicidad de los grandes partidos de ámbito nacional, debida —en buena parte— al papel en que la ley electoral coloca a los nacionalistas: el de bisagra para la gobernabilidad. 
“No critiquemos a los nacionalistas, pues los necesitamos para gobernar (o podremos necesitarlos en el futuro)” ha sido la consigna y como consecuencia los nacionalistas han ignorado, sin más trámite, entre otras leyes, los artículos 1, 2 y 3 de la Constitución (“La soberanía nacional reside en el pueblo español”; “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española”; “Todos los españoles tienen la obligación de conocerla [la lengua común] y el derecho a usarla”). Y así, el bilingüismo que consagra la Constitución en los territorios con “lengua propia” ha sido combatido, y no solo con la “normalización lingüística”. Imposiciones que han producido discriminación contra las personas a causa de su lengua materna.
Los nacionalistas también se han olvidado de que la Constitución es el producto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político en el que todos renunciaron a sus aspiraciones máximas (los nacionalistas también).
También ha existido la complicidad de los grandes partidos de ámbito nacional, debida al papel en que la ley electoral coloca a los nacionalistas: el de bisagra para la gobernabilidad
Para acabar con el fuego, Rodríguez Zapatero —a impulsos de Maragall— echó sobre la hoguera unos cuantos bidones de gasolina en forma de nuevo Estatuto (voraz Saturno que acabó comiéndose a todos sus hijos) que, tras un delirante proceso legislativo y un referéndum fallido (la proporción de catalanes que votó a favor del Estatuto rayó con el ridículo) acabó recortado por el Tribunal Constitucional, es decir, otra vez la frustración, esa que tanto ama el victimismo nacionalista.
Pues bien, de todos aquellos polvos han venido estos pesados lodos sobre los cuales se pretende ahora poner en marcha el proceso de divorcio entre Cataluña y el resto de España. En otras palabras: se quiere recorrer un camino hacia una disgregación “a la yugoslava” que el resto de los españoles no podemos contemplar como quien oye llover y no se moja… Y sin embargo, de la boca de muchos de los políticos que representan a los ciudadanos no nacionalistas, dentro y fuera de Cataluña, salen de nuevo palabras melifluas tales como “calma”, “racionalidad”, “diálogo”, “pacto”… Volvemos, pues, como la burra, al trigo. Es decir, a la confusión… y mientras, ellos, tan dialogantes, siguen con la matraca de “España nos roba”.
¿Una negociación? ¿Sobre qué parte del salchichón? ¿Sobre la que sigue en manos del Estado o sobre la que se han tomado, legal o ilegalmente, los nacionalistas? Porque si solo se va a negociar acerca de las ya escasas competencias que mantiene el Estado, mejor apaga y vámonos.
Lo que se ha vuelto urgente para quienes no somos nacionalistas es apelar con vigor a un “patriotismo constitucional” y activo, derivado de la tradición liberal y democrática. No se trata de enfrentar un nacionalismo (el español) con otro (el catalán) sino de dejar las cosas claras: que España es una nación —la única en este territorio, eso nos dice la Constitución— y todos los líderes políticos han jurado o prometido defender esa Constitución.
En este asunto, el PSOE y, sobre todo, el PSC son víctimas de varios malentendidos que tienen su origen en el franquismo. Una primera confusión proviene de pensar que todos los que estaban contra Franco eran “de los nuestros”. Pues no. Los nacionalistas nunca han sido “de los nuestros” ni en su concepción del Estado ni en sus ideas sociales. La segunda y más grave confusión se deriva del añoso prejuicio según el cual los conceptos de “patria” o de “España” son un invento del franquismo. Bajo tales prejuicios es fácil llegar a creer, por ejemplo, que hablar o escribir en español dentro de Cataluña es el producto de una imposición de “la lengua del imperio” por parte de Franco y no una tradición muy anterior a Prat de la Riba.
El PP ha sido a menudo tan consentidor como el PSOE. Baste para demostrarlo con recordar la negativa del Gobierno de Aznar a recurrir (forzó también al Defensor del Pueblo para que no lo hiciera) la ley lingüística aprobada en tiempos de Pujol (esa que permite poner multas a los establecimientos que no rotulen en catalán). Pero, hoy por hoy, son los socialistas —que tienen en Cataluña más votos que el PP— quienes han de cargar con mayor responsabilidad a la hora de defender allí las ideas y los intereses de los catalanes no nacionalistas —que son millones—, a los cuales se les está reduciendo —ya se ha dicho— a la condición de mozárabes. Y esa es una tarea que el PSOE (con o sin el PSC) no puede obviar y para ello y en primer lugar es preciso olvidar ese estúpido “horror al lerrouxismo” que se impuso durante la Transición. Por lo tanto, ha de clarificarse cuanto antes la relación del PSOE con el PSC y aclarar también si este último quiere jugar a “la puta” o a “la Ramoneta”. Se precisa claridad; por ejemplo, acerca del federalismo (¿y qué otra cosa es el Estado de las Autonomías en su desarrollo actual?). Convendría saber de qué federalismo habla el PSC, no vaya a ser que estemos ante esa ensoñación impracticable y contradictoria en sus términos que algunos llaman “federalismo asimétrico”.
Lo que no puede hacer el PSOE en este asunto es el papel de don Tancredo, pues en tan incómoda postura va a ser el primero a quien el toro se lleve por delante.
Joaquín Leguina es economista y fue presidente de la Comunidad de Madrid.

¿‘Quo vadis’, Artur Mas?



El ‘president’ no entiende ni hacia dónde pretende ir la UE ni, sobre todo, a dónde no quiere volver
ANA MAR FERNÁNDEZ PASARÍN 31 OCT 2012 El País.
Sorprende constatar, día tras día, la ligereza con la que políticos como Artur Mas claman y proclaman la vocación naturalmenteeuropea de lo que sería un Estado catalán independiente del resto de España desplegando, para ello, una retórica de corte esencialmente antieuropea. Asombra un discurso construido en negativo, articulado en torno a unos argumentos fundamentalmente contrarios al espíritu, los valores y el derecho de la UE.
“¿Cataluña, próximo Estado de Europa?”. A la vista del desconocimiento que delata una afirmación tan grandilocuente, cabe recordar al presidente de la Generalitat algunos de los principios básicos que regulan la Unión Europea. Principios constitucionales y funcionales que obligan a todos sus miembros por cuanto la legalidad jurídica no es una mera noción abstracta que se puede obviar en función de la oportunidad política del momento.
El primero de ellos es el propio concepto de unión. Tal y como estipula el Preámbulo del Tratado de la Unión Europea (TUE), esta organización política encuentra su origen en la voluntad de “acercar los pueblos de Europa en una unión cada vez más estrecha” con el doble objetivo de mantener la paz en el continente europeo y lograr su prosperidad económica. Es decir, Europa como entidad política debe su nacimiento a un principio normativo meridianamente claro: es la preferencia de la unión frente a la fragmentación, la cohesión frente a la desagregación o, si se prefiere, las fuerzas centrípetas (que no centralizadoras) frente a las centrífugas lo que constituye la verdadera garantía de estabilidad política y de crecimiento económico. La actual parálisis de la arquitectura comunitaria, bloqueada por la proliferación de los egoísmos nacionales es una buena prueba de ello.
El segundo principio es la idea de integración. Para unir los pueblos de Europa, la fórmula europea consiste en integrar las competencias soberanas y exclusivas de los Estados miembros. En otras palabras, en términos funcionales la construcción europea se basa en un principio básico: la renuncia progresiva, y en grados diversos, de parcelas de poder previamente en manos de los Estados (ya sea a través del gobierno nacional o de los gobiernos regionales, donde existan) y su cesión a un nivel político de carácter supraestatal. Desde la política de la competencia hasta la política monetaria pasando por la política agrícola o medioambiental, el modo de funcionamiento de la UE pasa por la inclusión en conjuntos más amplios y no por el repliegue localista. Hoy en día, el 70% de la legislación y, por lo tanto, de las políticas públicas que vinculan a los Estados miembros (y, en consecuencia, también a sus regiones) encuentran su origen en una normativa europea. Responsabilizar en exclusiva al Estado de los males propios es fácil y probablemente rentable desde el punto de vista electoral pero no se justifica desde la perspectiva de la realidad de los procesos decisorios.
El discurso actual del ‘expolio fiscal’, simplista y populista, no es forma de hacer méritos en la UE
Ello remite a un tercer principio: el interés general. La Unión Europea ha sido posible porque unos hombres de Estado —esa categoría en vías de extinción— como Jean Monnet o Konrad Adenauer tuvieron la clarividencia suficiente para darse cuenta de que el bien particular pasa por el bien común. Tras las devastadoras consecuencias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, precisamente relacionadas con la marea de ultranacionalismos populistas que anegaron Europa a principios del siglo XX, los Padres Fundadores tuvieron la inteligencia necesaria para darse cuenta y hacer comprender a las sociedades europeas que solo sumando y no restando se puede lograr un bien superior y en beneficio de todos. Un valor y principio de gobierno que encarna la propia idea de Comunidad Europea y condensa el lema europeo: “unidad en la diversidad”.
Esta visión es también la que sustenta el desarrollo de otro vértice del ordenamiento constitucional europeo: la solidaridad interterritorial como factor de cohesión económica y social. Solidaridad europea como condición para el bienestar económico del conjunto y no de una parte de la Unión. Cataluña se ha beneficiado de ingentes cantidades de fondos estructurales europeos debido a su pertenencia a España y en virtud de la aplicación de este principio de solidaridad. El discurso actual, simplista y con tintes populistas, del expolio fiscal no es precisamente la mejor manera de hacer méritos en Europa. En efecto, ¿No augura ello acaso que, mañana, en el caso de que Cataluña tuviese que contribuir de forma neta al presupuesto comunitario, Artur Mas podría emprender una campaña en contra de Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria diciendo que "roban a Cataluña"? ¿Comenzaría una campaña de propaganda en contra de la financiación de redes transeuropeas en los países de Europa central y oriental con la misma inquina con la que se está actualmente movilizando en contra del AVE gallego o del corredor central? Participar plenamente del proceso de construcción europea requiere algo más (y sobre todo, algo distinto) que el ilusionismo político, la búsqueda de chivos expiatorios y la demagogia populista e insolidaria.
Por último, los anteriores principios y valores se hacen efectivos en la casa europea a través de una regla formal y de extraordinaria importancia que no se puede eludir: el respeto de la jerarquía normativa establecida y pactada por todas las partes firmantes de los Tratados constitutivos europeos. Un líder responsable tendría que tener en cuenta que amenazar con el incumplimiento de la norma constitucional adoptada en su momento dice poco o nada a favor de la fiabilidad y lealtad institucional como socio comunitario, además de que socava de manera profunda la seguridad jurídica que un jefe de gobierno debería transmitir a sus conciudadanos. Todo ordenamiento jurídico se rige por un principio esencial que es el pacta sunt servanda. Las reglas del juego están hechas para ser respetadas. Ello no significa que sean inamovibles pero sí que se deben respetar mientras no existan otras adoptadas por el conjunto de los que conforman la soberanía popular.
En definitiva, no sabemos a dónde va o pretende ir el presidente de la Generalitat. Lo que sí podemos decir es que enarbolar la bandera europea es condición necesaria pero no suficiente para ser miembro de la UE. Más allá de los condicionantes legales que rigen toda adhesión, existen unos valores y principios anclados en la historia y en la propia idea de Europa unida y como tal, exigibles a todos los que pretenden formar parte de ella. Pretender jugar en la liga europea cuando uno demuestra día tras día una escasa capacidad para desenvolverse sin romper en una liga más próxima, como es la española, no parece la manera más acertada e informada de hacer valer unas credenciales europeas. En efecto, demuestra no haber entendido ni hacia dónde pretende ir Europa ni, sobre todo, a dónde no quiere volver.
Ana Mar Fernández Pasarín es profesora titular de Ciencia Política y de la Administración en la UAB e investigadora del Observatorio de Instituciones Europeas de Sciences Po Paris (CEE).

El reconocimiento de Cataluña



Mas debe plantearse el escenario de una independencia sin consenso en España
MARTÍN ORTEGA CARCELÉN 23 NOV 2012 El País
Nuestra sociedad, que está muy avanzada en algunos aspectos, todavía no ha caído en la cuenta de la importancia de la prospectiva. Es preciso mirar al futuro para explorar hacia dónde conducen las grandes tendencias y también para calibrar los efectos de nuestros actos. Esta afirmación general es válida para el proyecto independentista que Artur Mas está favoreciendo en Cataluña, más cerca de la rauxa que del seny.
Dicho proyecto ignora las consecuencias internacionales de una independencia contra la voluntad del estado, y esto supone una falta de previsión notable por parte de sus líderes. Se habla mucho sobre si una Cataluña independiente estaría dentro o fuera de la Unión Europea, mientras que no se considera el paso previo para cualquier nuevo estado en la comunidad internacional: el reconocimiento.
En Derecho Internacional, el reconocimiento es un acto unilateral que realiza libremente un país por el cual acepta la creación de otro a partir de entidades diversas (un pueblo colonial, un estado que se divide, varios que se fusionan, etc.). Tal reconocimiento es impresicindible porque únicamente la entidad con una aceptación suficiente podrá participar en relaciones multilaterales, y acceder a organizaciones como la UE, Naciones Unidas, la OMC o el Consejo de Europa.
Si no cuentan con reconocimientos bastantes, los nuevos estados no podrán tener vida internacional
Los estados se definen por tres elementos constitutivos: territorio, población y gobierno propio. Pero si, además, no cuentan con reconocimientos bastantes, estarán incapacitados para llevar a cabo una vida internacional en consecuencia. Pensemos en el caso de Taiwan, que cumple los tres primeros rasgos, pero disfruta de un reconocimiento muy limitado porque la mayoría de los estados entiende que es un país de origen artificioso que eventualmente terminará formando parte de China.
Naciones Unidas cuenta hoy con 193 estados miembros. En la medida que el reconocimiento avance hacia ese número, los nuevos estados pueden considerarse correctamente creados. Aquí hay que diferenciar varias situaciones. Existen nuevas entidades que han recibido un número muy pequeño de reconocimientos, como por ejemplo Osetia del Sur, que declaró su independencia de Georgia en el verano de 2008. En un escalón superior, aunque Taiwan mantiene relaciones diplomáticas con una veintena de estados, casi ninguno tiene una auténtica relevancia internacional.
Subiendo un peldaño más, Kosovo cuenta con el reconocimiento de la mitad de los miembros de Naciones Unidas, pero esto tampoco le permite mantener unas relaciones normales. La declaración unilateral de independencia con respecto a Serbia de febrero de 2008 fue apoyada por Estados Unidos y diversas potencias europeas, quienes calcularon una aceptación mayoritaria del nuevo país. Sin embargo, años después, importantes actores como Brasil, China, India, México, Rusia, además de España y otros miembros de la UE, estiman que esa nueva entidad no debe ser considerada como independiente sino como parte de Serbia. En la zona superior de la escala, el rápido reconocimiento de nuevos candidatos permite su entrada en las instituciones internacionales, como ocurrió con Timor-Leste (miembro de Naciones Unidas desde 2002), Montenegro (2006) o Sudán del Sur (2011).

¿Qué estados europeos reconocerían una independencia definida unilateralmente?
Situaciones diferentes existen cuando los estados deciden reconocer entidades que no cuentan con los tres elementos constitutivos, como la República Árabe Saharaui Democrática o Palestina, con el fin de manifestar su apoyo político. Este reconocimiento de carácter ficticio puede tener no obstante consecuencias jurídicas internacionales, aunque tampoco permite una participación normal en las relaciones globales.
La exigencia de reconocimiento aquí descrita deja sin duda varias cuestiones abiertas para los defensores de una Cataluña independiente. Estas preguntas no son fruto de una toma de posición, sino que vienen dadas por la experiencia histórica, los imperativos del Derecho Internacional y la necesidad de la prospectiva. Desde luego, Artur Mas favorece la via unilateral y debería plantearse los escenarios de futuro que abre esa exclusión del consenso en España. ¿Qué estados europeos reconocerían una independencia definida unilateralmente? ¿Cabe pensar en una situación de división en el seno de la UE como sucede con Kosovo? Fuera de Europa, ¿en qué países del mundo se apoyaría el movimiento independentista para buscar los primeros reconocimientos? ¿Debe Artur Mas comenzar una campaña internacional en este sentido? ¿Se ha planeado qué hacer si no se obtienen los reconocimientos suficientes para entrar en la UE y en la ONU? ¿Qué futuro espera a los ciudadanos de esa Cataluña independiente al margen de las instituciones internacionales?
Martín Ortega Carcelén es profesor de Derecho Internacional en la Universidad Complutense de Madrid.

¿Cuándo se jodió España?



En el momento en que se tachó de franquista o fascista a quien no aplaudía las iniciativas de las nacionalidades históricas
FRANCISCO DE SERT 22 NOV 2012 – El País.
La dejación por la izquierda de símbolos españoles y hasta de la propia idea de España, al no considerarlos del todo propios sino heredados del franquismo e impuestos en la Transición, propició que el reaccionario y poderoso nacionalismo español se apropiara de ellos. Esta apropiación llevada a extremos a menudo predemocráticos y privativos del régimen anterior, es causa del desafecto de buena parte de los españoles a España. Parodiando a Vargas Llosa con la pregunta de cuándo se jodió España, podríamos decir que cuando en la periferia declararse español fue sinónimo, no solo de franquista sino hasta de fascista. Evidentemente fue el general Franco quien dinamitó la idea de España, prostituyéndola con hechos criminales, cuando no ridiculizándola con grandilocuencias absurdas y falsedades históricas, amén de haber masacrado al pueblo español durante la Guerra Civil y los casi 40 años de dictadura; violando esa idea de España que había sido motivo de doctas y apasionadas discusiones intelectuales, desde la generación del 98, la del 27, hasta la de los 50.
Lejos queda la Barcelona capital del antifranquismo, núcleo cultural de la lengua castellana, lugar de encuentro de grandes poetas de la generación de los cincuenta y centro de acogida de intelectuales latinoamericanos, quienes lograrían el boom literario más importante en lengua castellana del siglo XX. Lejos están los tiempos en que en Madrid, entre los jóvenes y no tan jóvenes, triunfaban Raimon y Serrat cantando en catalán, y toda España democrática y progresista se identificaba con Cataluña en sus reivindicaciones, coreando “Llibertat, Amnistia i Estatut d´Autonomia”. El antifranquismo así como el espíritu de la Transición se han ido diluyendo casi por completo.
Ante la hecatombe que nos está cayendo, los nacionalismos resurgen suscitados por el miedo. Los diferentes pueblos periféricos que conforman España no siguen los sabios consejos de unidad que pide el Rey, y se pierden en discusiones bizantinas, en que si son galgos o podencos, o escapismos, huyendo de la realidad en sueños que son quimeras. España invertebrada, atrapada por dos nacionalismos antagónicos que se retroalimentan, el catalán y el español, parece abocada ahora a un choque frontal de trenes, si un proyecto federalista de última hora no lo remedia. Y la víctima mortal es España que se desintegraría por un efecto dominó en una profusión de reinos de taifas —Cataluña, Euskadi, Galicia, Andalucía— sin futuro en Europa y fuera de Europa.
Tantos siglos de historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición y las ansias de poder de los nacionalismos enrocados
España no puede desaparecer, pese a sus demonios y al cainísmo nacionalista. No se trata de un país balcánico, tal Yugoslavia o Checoslovaquia, creados artificialmente en las entreguerras con los despojos del Imperio Austrohúngaro, sino de quizás uno de los paises más antiguos de Europa; con mil quinientos años de historia, si consideramos al reino visigodo antecedente de España; con casi 500 años, si partimos de la unión del Reino de Castilla con la Corona de Aragón, y una unión más orgánica de cerca de 300 años. Tantos siglos de historia y cultura compartidas no pueden desvanecerse por la ambición y las ansias de poder de los nacionalismos enrocados. No se pueden olvidar las tres últimas décadas, los años más prósperos, felices y libres de nuestra historia bajo el manto de la Monarquía parlamentaria: pasamos de un país tercermundista a la octava economía del mundo. De un país de emigrantes a otro de inmigrantes. De unas costumbres morigeradas a una de las legislaciones más libres de Europa. De un país de hambre, a la cabeza de la gastronomía mundial.
Parecía que la bonanza no tendría fín. Se crearon infraestructuras, se urbanizaron los suburbios, la sanidad era de las mejores de la Unión Europea y el estado de bienestar era equivalente a muchos países de nuestro entorno: la renta per cápita de los españoles había crecido más de seis veces en treinta años. Por fín en España se podía vivir: habíamos acabado con el mal sueño de las dos españas gracias a la Monarquía de todos. Pero, los excesos, las carencias, las corrupciones, los errores afloran ahora con el descalabro económico. Resurgen los demonios ancestrales y de nuevo el verso de Gil de Biedma cobra sentido: "De todas las historias de la Historia / la historia más triste es la de España / porque acaba mal...".
Todo nacionalismo es por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la magnificación de la identidad, en la culpabilización del otro.
El nacionalismo que nace en Europa ha de morir en la Unión Europea. Lacra de los últimos tiempos, desde que se inició envuelto en la falsa bandera de un romanticismo beligerante, a fin de acabar con las ideas universalistas de la Enciclopedia y la Ilustración, hasta dar lugar a las mayores tragedias conocidas: la primera guerra europea, el fascismo, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, el franquismo, el estalinismo, las últimas guerras balcánicas, además de otras tragedias de menor enjundia. Todo nacionalismo es por ideología de derechas. Se basa en la insolidaridad, en la magnificación de la identidad, en la culpabilización del otro, en el patriotismo doctrinario, opuesto a los postulados de la izquierda. Lo estamos sufriendo los países del sur de Europa, azotados por el nacionalismo del norte que está poniendo en un brete a la Unión Europea.
El nacionalismo catalán que gobierna una de las autonomías más ricas y también la más endeudada (40.000millones de euros) ha sido el primero en adoptar medidas antisociales que dinamitan el estado de bienestar. La Generalitat está en bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le anuncia su proyecto de secesión con un referéndum previo. Convoca elecciones a fín de alcanzar la mayoría absoluta, aprovechando la debilidad del socialismo catalán y la fuerza de la manifestación multitudinaria del 11 de septiembre de los descontentos y de los obnubilados por la moda independentista. Mas la corrupción se esconde bajo la senyera ahora estelada: El oasis catalán se ha convertido en una ciénaga salpicada por los nuevos escándalos del Palau de la Música y las presuntas estafas en la concesión del ITV.
La Generalitat está en bancarrota y pide el rescate al Estado, al tiempo que le anuncia su proyecto de secesión con un referéndum previo
La tan cacareada comparación de Cataluña que nunca ha tenido estado propio, con Escocia que fue reino independiente hasta principios del XVIII, no tiene mucho fundamento. Si acaso se podría comparar el pacto con la Corona de Aragón desaparecida hace mucho tiempo. Inglaterra no tiene constitución escrita y España sí, y aprobada por la gran mayoría del pueblo catalán en 1978. Por consiguiente, el procedimiento legal para una consulta de este tipo es mucho más laborioso y complicado. Con Flandes, Cataluña tiene más en común: dos pueblos europeos con mucha historia y sin estado propio, y a la cabeza de sus países respectivos. Con la diferencia que Bélgica se crea artificialmente hacia 1830, y España tiene todo el sentido histórico que otorgan muchos siglos más.
La tarea es ahora desactivar a los nacionalismos. Frente a ellos, la forma racional de vertebrar de una vez por todas a España es el federalismo. Una federación fuerte, cohesionada, integradora, que incluso podría unirse a Portugal en una Federación Ibérica, con capital rotativa entre Madrid, Lisboa y Barcelona, lo que supondría un mayor peso específico en la Unión Europea. La formulación de una Constitución Federal que reforme la ya existente y logre el encaje de las nacionalidades históricas más Andalucía, en una España vertebrada y plurinacional sería el objetivo. Y el primer paso, la transformación del senado en Cámara de Representación Territorial. Liderar el federalismo español debería ser la bandera de un refundado socialismo que irrumpiera en Europa con postulados de izquierda. La huelga general del 14N en plena campaña electoral catalana ha sido el primer obús a la línea de flotación del nacionalismo. Y ya un grupo de la sociedad civil clama en dos manifiestos por un federalismo de izquierdas y por una Cataluña en España.
Mas otra España alborea, la machadiana del cincel y de la maza, de la rabia y de la idea… la España de mis amores.

«Con Pujol retirado sólo quedaba aprovechar el momento del descontento de una brutal crisis»



«Con Pujol retirado sólo quedaba aprovechar el momento del descontento de una brutal crisis»
 ANTONI COMIN I OLIVERES 22 NOV 2012 El País



En 1986  se podía hablar de luna de miel entre el Principado y el Reino. Con 82 competencias traspasadas (hoy 189, en mayor número que cualquiera como desde 1978), los catalanes (Tarradellas, Pujol) se habían comprometido con el Estado. Por mandato constitucional Cataluña había obtenido la plena autonomía desarrollando sus instituciones y su lengua. España estaba tranquila; Cataluña había demostrado no sólo lealtad institucional sino que había sido uno de los actores principales de la Transición.

Tan colmadas estaban las aspiraciones, que coincidiendo con las elecciones y propiciado por CiU (Pujol), se quiso participar activamente en la política del Estado a través del PRD (operación Roca). Recordaba el tándem surgido a principios del XX bajo los auspicios de la Lliga Regionalista formado por Prat de la Riba («Catalunya endis; hacia dentro») – Cambó («Catalunya enfora; hacia fuera»), uno en Cataluña, otro en Madrid. Unos 70 años después, los políticos catalanes insistían en esa contradicción política, como conocidamente tan bien expresó Alcalá-Zamora (1918) cuando señaló: «S.S. pretende ser, a la vez, Bolívar de Cataluña y Bismarck de España». Cambó, que era el aludido, reconoció apesadumbrado que: «En el fons expressava una gran veritat».

Dentro de la premeditada ambigüedad en la delimitación del marco competencial máximo al que se aspiraba, en una célebre conferencia (1991) el president Pujol hizo una defensa de la españolidad de Cataluña y lamentó que la voluntad de intervenir directamente en la política española a través de la operación Roca sólo encontrase «el rechazo». Se ponía de manifiesto, una vez más, que los políticos catalanes se equivocaron con el método para alcanzar el espíritu de la Lliga: «Catalunya gran dins una Espanya gran», que perfectamente podría responder, aún hoy, al anhelo de la mayoría de los catalanes, si alguien no se hubiera encargado de lo contrario. En lugar de reconocer el error, como Cambó, se volvió a lloriquear: «Nos rechazan». Retrocedimos en el tiempo.

Con el desastre de la operación Roca, los políticos catalanes se encerraron en su feudo, sin más objetivo que «bunkerizarse» potenciando, como nuevos «señores» del Principado, la influencia en su oasis. No buscaron otro modo de proceder más acorde con la culminación, aunque siempre mejorable, de los objetivos por los que tanto se había luchado. Para la «vuelta a los cuarteles» se necesitaba alejarnos de España. Como denunció el historiador Xavier Casals refiriéndose a esta época: «Cataluña experimenta una secesión ligera por la creciente lejanía emocional que sus ciudadanos sienten hacia España. (...) están dejando de sentirse españoles sin por ello devenir antiespañoles».

Recientemente, con ocasión de una conferencia sobre la crisis económica (julio 2012), Pujol llega a constatar: «(…) la carencia de una clase política española nacional y patriótica. Capaz de atender al interés general». Evidente. Apoyar, en ocasiones de forma determinante, la consolidación democrática o la gobernabilidad del Estado, sin coadyuvar también mínimamente al mantenimiento y desarrollo de vínculos y sentimientos comunes nos ha traído estas consecuencias. La responsabilidad, sea cual sea su grado, debe ser compartida entre Cataluña y el resto de España que, tradicionalmente, no ha diagnosticado que el sentimiento, o su falta, es una bomba con espoleta retardada que sólo espera el momento oportuno. Por contra, si los políticos del Principado, en lugar de alejarnos de España, nos hubieran acercado, mucho más se hubiera logrado. El temor a perder la identidad propia, que por otra parte es exagerado para justificar el nuevo «señorío», ha sido un gravísimo error. Esa identidad, cuyo máximo exponente es la lengua, ha sobrevivido siglos y a todo tipo de situaciones; por añadidura, en el marco constitucional se expande sin trabas. Pasó lo inevitable. Hay un refrán portugués que lo describe perfectamente: «Palabra puxa (provoca) palabra». Los irreductibles del resto de España, y a través de los medios utilizando un lenguaje desaforado, «entraron al trapo» arrastrando a parte de la clase política, –que si bien no reflejaban el auténtico sentir de España hacia Cataluña– volvieron a abrir una herida, cuya infección, bien alimentada por los nuevos «señores», consciente o irreflexivamente, hoy nos supura a todos.

Con Pujol retirado (alguien debería ir pensando en hacerle un homenaje en vida, ya que lo cortés no quita lo valiente) y siendo inalcanzable su talla política, sólo quedaba  aprovechar el momento del descontento de una brutal crisis económica. Los «señores» han cambiado, las situaciones –como iremos viendo– son similares. Cuando las cosas van mal, la culpa siempre es del exterior. De paso, los «señores» buscan incrementar sus regalías. Pero ello no puede llevar a España a que entre, de nuevo, «al trapo». Ni por ella ni por los catalanes. Hay que vigilar, muy mucho, el lenguaje. No hay que dar más excusas, porque una cosa es Cataluña y otra muy distinta, los políticos que se apropian y dirigen su sentir. Todo lo que se diga sobre Cataluña será, en mayor o menor medida, sentido por todos los catalanes. Eso lo saben, y a eso juegan.

Los hechos que rodearon la aprobación del Estatut de 2006, sin un gran pacto de Estado y dejando fuera al PP, fueron otra gran equivocación aprovechando la irresponsable promesa electoral y debilidad de Zapatero. Cualquiera podía anticipar la sentencia del TC. La tomadura de pelo a toda España, fue monumental. Cuando desde el Principado se piden explicaciones a Zapatero sobre la sentencia del TC, el «ex» da por respuesta: «Misión cumplida». Él había salvado su legislatura y para ello no dudó en frustrar (con muy poca base pero dando una gran excusa), a muchos catalanes que no distinguirán tampoco a Zapatero del resto de España. ¡Qué poca visión de Estado y que forma más fácil de excitar el sentimiento antiespañol! Pero sigamos retrocediendo en el tiempo, con una visión diferente de los hechos que la que se nos ofrece por los «señores» del Principado.

Desde el XIX hasta la Guerra Civil la política española se debatía, entre dinásticos y republicanos, entre movimientos de la clase obrera y el caciquismo que tampoco faltaba en Cataluña. La aspiración autonómica catalana se enmarco cíclicamente en este entorno, coincidiendo siempre con lacerantes crisis económicas. Hasta 1931, la política entre Cataluña y España viene marcada por el movimiento regeneracionista y regionalista encarnado en la Lliga de Prat de la Riba y Cambó. Se reclamaba (según Riquer, cuyo trabajo recomiendo) y salvo minorías, la descentralización administrativa (Mancomunitat de las diputaciones) y la autonomía federalista dentro de España, ambas superadas por el vigente Estatut.

Ha calado en Cataluña que la Guerra Civil, fue en buena parte una guerra contra ella. A pesar de tratarse de una barbaridad histórica, que poco se habla en el Principado de la enorme responsabilidad del establishment catalán y de sus significados líderes que acabaron «de la mano» con los partidos de derecha durante la II República. Nadie parece querer recordar su participación activa en el Consell que sustituyó a la suspendida Generalitat de Cataluña desde 1934 a 1936, o el apoyo, tácito o expreso, al alzamiento militar de 1936 del propio Cambó, Bertran i Musitu, Ventosa y Calvell, entre otros muchos. No eran independentistas, simplemente formaban parte de una de las «dos Españas». Hoy, superada esa división, nos enfrentamos a otra de origen y significado distintos pero que pretende justificar sus raíces en hechos históricos, que por objetivos admiten otras interpretaciones menos sesgadas. En EL próximo artículo seguiré recordando la agitada historia de España del XIX en donde se enmarcó la aspiración autonomista de Cataluña.

La realidad es tozuda y, más allá del empeño soberanista en reinterpretar la historia, el alma catalana es también española.



El nacionalismo que, por tres décadas, ha gobernado Cataluña ha pretendido presentar a esta comunidad como un territorio sin lazos comunes con el resto de España, ajeno a sus costumbres y señas de identidad. Pero la realidad es tozuda y, más allá del empeño soberanista en reinterpretar la historia, el alma catalana es también española. Y por mucho debate independentista que se pretenda azuzar, es imposible arrancar unas raíces lingüísticas, comerciales y culturales compartidas durante siglos. Como a continuación demuestra ABC a través de diez puntos, hay más razones para compartir que para separar. Porque Cataluña se escribe con «ñ» de España.

1. El idioma.
El castellano es lengua oficial en Cataluña, como lo es también el catalán.
Y aunque el Estatuto de Autonomía de 2006 introdujera la precisión de que el catalán es la «lengua propia» de esta comunidad, lo cierto es que el español es el idioma materno de un amplio sector de población. En concreto, el castellano es la lengua más utilizada por los residentes en esta comunidad, un 46%, mientras que el catalán es el idioma de uso en un 36% de la población. El 12% habla las dos lenguas por igual. Así lo indica un informe de la Generalitat sobre usos lingüísticos correspondiente a 2010. Castellano y catalán, lenguas hermanas, son parte indisociable de Cataluña, una riqueza que ni las sanciones ni las imposiciones van a destruir.

2. Historia común.
A diferencia de Escocia, cuyo referéndum es tomado como ejemplo para apoyar una consulta sobre la independencia por el nacionalismo catalán, Cataluña nunca fue un reino separado del resto de España. Tampoco una nación, concepto de moderno cuño. Sí fue un Principado con instituciones propias, pero integrado en la Corona de Aragón junto a lo que hoy son las comunidades balear y valenciana. El catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Barcelona, José Enrique Ruiz-Domènec, asegura que Cataluña nunca fue independiente porque estaba integrada en la Corona de Aragón. Por ejemplo, si Pedro II, conde de Barcelona, fue elevado a la categoría de Rey no es porque Cataluña fuera un reino, sino porque el soberano de la Corona de Aragón lo era.

3. Contribución española. 
El dinamismo de Cataluña, su potencial económico y las páginas más brillantes de su historia no se explican sin España y la contribución del Estado. Las exposiciones universales de 1888 y 1929, o los Juegos Olímpicos de 1992, los tres hitos que explican la configuración de la Barcelona moderna son acontecimientos que no hubiesen sido posibles en una Cataluña desgajada de España. Las grandes infraestructuras de transporte, que ahora precisamente se enarbolan desde el nacionalismo como un agravio, son contribución directa del Estado, desde el Puerto de Barcelona, en fase de crecimiento y clave en desarrollo económico de la comunidad, hasta la ampliación del Aeropuerto de El Prat, 1.500 millones de inversión que garantizan el potencial de la instalación hasta los 50 millones de pasajeros/año. Sin ir más lejos, en abril de 2013 entrará en funcionamiento la conexión del AVE entre Barcelona y Perpiñán, quedando conectadas con alta velocidad las cuatro capitales de provincia catalanas con Madrid y Francia.

4. Negocio en España. Aunque la internacionalización de la economía catalana es cada vez mayor, el mercado español sigue siendo el principal destino de los productos y servicios producidos u ofertados en o desde Cataluña. De igual forma, y aunque si se contabilizan únicamente los bienes, las ventas internacionales superan a las que se realizan al resto de España, la balanza comercial arroja un saldo positivo de unos 22.000 millones favorables a Cataluña, más de un 10% de su PIB. Por contra, la balanza comercial con el extranjero es negativa. Sin ir más lejos, Cataluña vende al resto de España cinco veces más de lo que lo hace a Francia, una demostración de que el conocido como «efecto frontera», pese a la libre circulación de bienes y servicios dentro de la UE, sigue existiendo. La empresa catalana sigue dependiendo del que es su mercado natural, España.

5. Cultura.
Más allá de la interminable lista de catalanes universales que, de Dalí a Pla pasando por Juan Marsé, Carmen Amaya, Pau Casals, Antoni Tàpies, Jaume Plensa, Montserrat Caballé, Joan Miró y otros tantos han llevado la cultura y el arte más allá de cualquier frontera, los lazos culturales que mantienen unida a Cataluña con España son tan fuertes como esa lengua común, el castellano, en la que muchos escritores catalanes han desarrollado buena parte de su carrera. Los nombres pesan, sí, pero también los datos, y un detalle significativo es el que afecta a la industria editorial y que arroja que de cada diez libros publicados en España, cinco provienen de las editoriales barcelonesas, y el 70% de los catalanes lee en castellano. Barcelona sigue siendo la gran imprenta del libro en castellano.

6. Ciencia.
Tras del vertiginoso impulso de la producción científica catalana de estos últimos años está también España. La reconocida excelencia de los centros de I+D catalanes, acreditada por la trayectoria de primeras espadas mundiales como los científicos Josep Baselga, Joan Massagué o Eduard Batlle, es fruto, en parte, de los fondos estatales y europeos para investigación que recibe esta comunidad. Los últimos datos de los que dispone la Generalitat, facilitados a ABC, demuestran que prácticamente la mitad de la financiación que obtiene Cataluña para actividad científica procede del Plan Nacional de I+D y de programas marco europeos. En 2010 (último ejercicio del que se disponen datos concluyentes), la aportación de la Generalitat para I+D fue de 955, 6 millones de euros, la del Gobierno de 706,2 millones y la de Europa, de cerca de 160 millones. Huelga decir que sin las dos últimas partidas, una hipotética Cataluña independiente, separada de España y de la UE, difícilmente tendría una investigación de nivel.

7. Hábitos.
Pese a la insistencia del nacionalismo en laminar cualquier expresión popular que suene a España, Cataluña comparte con el resto del país un acerbo común, que se expresa en múltiples campos: las peculiaridades de la gastronomía local se funden en un gusto compartido, con platos que viajan de una a otra región, tanto como la pasión común por la celebración y la fiesta colectiva. Otro ejemplo, el gusto por los toros, una afición tan arraigada en Cataluña como perseguida con saña por un nacionalismo que acabó consiguiendo su veto en la comunidad a través de una resolución en el Parlament.

8. Deporte.
La eclosión del deporte español, asentada sobre las bases de aquel inolvidable 1992, no se entiende sin la aportación catalana. La lista de deportistas nacidos en esta tierra o que se han formado en esta comunidad y que han paseado la bandera española por todo el mundo es larguísima, desde la inagotable cantera de pilotos de motociclismo a una fecunda escuadra de tenistas, de la cima del baloncesto mundial a decenas de campeones en múltiples modalidades deportivas. Capítulo aparte merece el fútbol, donde la rivalidad Barça-Madrid es, casi se puede decir, uno de los productos españoles más internacionales. Por no hablar de la selección española de fútbol, donde la participación de jugadores catalanes ha sido fundamental en sus éxitos.

9. Población de toda España. 
Una amplia mayoría de catalanes han nacido en otras comunidades autónomas. Según datos correspondientes a 2011 publicados por el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), uno de cada siete residentes en Cataluña nacieron en el resto de España, es decir, 1,4 millones (la población catalana asciende a 7,5). Los flujos migratorios de los años 50 y 60 son una de las causas de esas cifras. El colectivo más numeroso es el andaluz (654.285), seguido del extremeño (134.094) y del aragonés (110.303). Idescat también revela que los 20 apellidos más habituales en Cataluña son de origen español. El más habitual es García, que llevan 170.818 personas, lo que representa una tasa de 22,64 por cada mil habitantes. Le sigue Martínez (119.231 personas, 15,80 por cada mil habitantes), López (114.352), Sánchez (103.044), Rodríguez (99.884), Fernández (99.884), Fernández (97.658), Pérez (92.708), González (91.548), Gómez (56.663), Ruíz (50.234)...

10. Policía y Guardia Civil.
Cataluña dispone de Policía autonómica, pero también tienen competencias los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, como la Policía Nacional y la Guardia Civil, en ámbitos tan importantes como el terrorismo o la delincuencia organizada. La desarticulación del comando Barcelona evitó nuevos ataques de ETA en Cataluña a principios de este siglo. Velar por la seguridad de los catalanes ha costado la vida a miembros de estos dos cuerpos destinados en Cataluña. Asimismo, los gobiernos catalanes han tenido que recurrir al Ejército español en situaciones de emergencia como nevadas, incendios forestales y reconstrucción de obras civiles. A modo de ejemplo, la permanencia del cuartel militar en Talarn (Lérida) es defendida por alcaldes de distinto color ideológico.

Los fugitivos de Franco



Documentos inéditos relatan las historias de republicanos españoles que, tras huir de las cárceles de la dictadura, alcanzaron la libertad gracias al embajador mexicano en Lisboa
Luis Prados 25 NOV 2012

"Al entrar en mi pueblo las fuerzas fascistas me buscaron para fusilarme, pero no lo consiguieron porque ya me había fugado. Como no pudieron cogerme, fusilaron a dos hermanos míos”. Así empieza su relato al llegar a Lisboa a finales de 1946, huyendo de la dictadura franquista, Joaquín Martín Reinoso, de 33 años, soltero, natural de Fuentes de León (Badajoz) y militante del PSOE. Uno de los cientos, tal vez miles, de republicanos españoles que encontraron auxilio en la Embajada de México en Portugal y a cuyos testimonios, inéditos hasta ahora y conservados en el archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, ha tenido acceso EL PAÍS. Su peripecia es un ejemplo más de las penalidades sufridas por tantos fugitivos del franquismo durante 10 años terribles de guerra y cárcel hasta que encontraron en el país vecino la mano amiga de Gilberto Bosques, embajador mexicano en Lisboa, y pudieron escapar hacia la libertad.
“Yo me había marchado a Madrid”, continuaba Martín Reinoso, “incorporándome al batallón de Margarita Nelken y combatiendo hasta el 28 de agosto de 1938 en que perdí el brazo a consecuencia de un morterazo del enemigo en la posición de Carabanchel (…). Me lo amputaron y me dieron inútil total. Como había que evacuar Madrid y no sabía adónde ir, cogí el tren y me marché para mi tierra (…). En Talarrubias (Badajoz) me detuvieron y me mandaron a Siruela, donde me tuvieron 15 días sufriendo los más malos ratos que se pueden dar; de ahí me trasladaron al campo de concentración de Castuera, donde sacaban a los hombres en camiones para fusilarlos. Un día, un falangista me pegó una paliza por gusto. Al año me trasladaron a Herrera del Duque, donde la comida nos la daban cada 24 horas, 150 gramos de pan y 2 sardinas”.

En enero de 1941, Martín Reinoso fue condenado a muerte, pena que después le sería conmutada por la de 20 años y un día. En 1946 recibió un indulto y volvió a su pueblo. Pero sus desgracias estaban aún lejos de acabar. “Me presenté a la Junta de Libertad Vigilada y me mandaron al cuartel de la Guardia Civil. Mi llegada fue mala. Empezó el comandante del puesto por insultarme todo lo que quiso hasta decirme que me iba a dar una paliza y me iba a cortar la otra mano (…). Me dijo que me tenía que presentar todos los domingos y que me iba a vigilar muy de cerca (…). Me prohibió entrar en ningún casino; a las ocho de la noche tenía que estar en casa (…). El 27 de octubre fue la última vez que me presenté porque esa noche me volvieron a llamar. Aquello no me gustó nada y crucé la frontera…”.
Y concluye: “No he de olvidar las dos animaladas cometidas contra dos hermanos míos, ni la de mi querido padre, que murió cuando iba para la estación de Fregenal de la Sierra con el carro y le salieron al camino los fascistas y por no decir dónde me encontraba yo le dieron fuego al carro (…) y no quiero escribir más porque recordando toda la historia pierdo el sentido”.

Su caso, como los más de cien historiales referidos al periodo 1946-1948 conservados en seis gruesas carpetas en el archivo de la cancillería mexicana, ilumina uno de los momentos más tenebrosos de la historia reciente de España, la represión política de la inmediata posguerra. El miedo, la delación, la venganza, la tortura y el infortunio, pero también las casualidades inverosímiles, se unen en un rosario de penales, campos de concentración y batallones de castigo. Una geografía del terror de la que campesinos, exmilitares, albañiles, maestros y mecánicos escapan a pie y a oscuras, perdidos por las sierras de la Península, hasta alcanzar el incierto refugio de Lisboa.
“Desde los Pirineos hasta Málaga lo hice a pie en 39 días, en los cuales pasé todas las calamidades que puede pasar una persona”, cuenta el malagueño y militante de la CNT Juan Contreras Mancera, de 36 años, que, tras fugarse de un batallón disciplinario de Noales (Huesca) el 20 de junio de 1943 y permanecer dos años escondido en Málaga, logra junto con un compañero, “unas veces a pie y otras en tren”, cruzar la frontera portuguesa el 8 de marzo de 1945.

La enfermera socialista de Badajoz Isabel Pavón Pavón, de 42 años, narra a su llegada al país vecino que tras la entrada de las fuerzas franquistas a su ciudad fue detenida y “propuesta para fusilamiento, no llevándose este a cabo por no sé qué causas”. “No obstante, me hicieron beber medio litro de aceite de ricino y me cortaron el pelo. A mi padre, que contaba 70 años y desempeñaba el cargo de alcalde de Aceuchal, lo fusilaron, y mi hermano, que tenía el mismo cargo en Almendralejo, tuvo que huir…”.

 José Couvelo se escapó a Lisboa aprovechando un permiso del manicomio. “Me fingí loco como único medio de salvación”.  
Llegar al Portugal del dictador Salazar, estrecho aliado de Franco, no era ninguna garantía de seguridad. Indocumentados e indigentes, los fugitivos tenían que esconderse, pues si caían en manos de la policía portuguesa eran devueltos de inmediato al presidio o al cadalso español. Una de sus tablas de salvación, como acreditan los documentos ahora desvelados, era la organización humanitaria norteamericana Unitarian Service Comitte (USC), creada en 1940 con el fin de rescatar judíos, con sedes en Lisboa y Marsella, que trabajando clandestinamente colaboraba con la legación mexicana en la capital portuguesa.

El embajador Gilberto Bosques fue un pionero de la ayuda a los refugiados de guerra. Ya como cónsul en Marsella durante el régimen de Vichy, su actividad había sido crucial para salvar a miles de españoles de los campos de concentración franceses y ahora, desde su nueva posición, iba a continuar su misión de solidaridad. Pese al hecho de que el embajador de España en Lisboa fuera Nicolás Franco, el hermano del dictador, el diplomático logró, mediante un pacto de caballeros, que Salazar mirase para otro lado y permitiera que la Embajada “protegiera y embarcara a los prófugos republicanos españoles con destino a México”, como recuerda en el libro de entrevistas Gilberto Bosques, el oficio del gran negociador.

El recorte de prensa que critica la política de ayuda a refugiados
Tanto el presidente Lázaro Cárdenas como su sucesor, Manuel Ávila Camacho, dieron a Bosques gran libertad de acción para resolver los dramas humanos que se iban presentando a cada paso. Los 1.482 documentos relativos al destino de más de 500 españoles leídos ahora por EL PAÍS dan cuenta del trasiego de comunicaciones entre la Embajada y las Secretarías de Exteriores y Gobernación mexicanas, así como entre aquella y la USC, o las cartas de recomendación de republicanos ya instalados en México, algunos muy notables, como el general Miaja, el socialista Indalecio Prieto o el exgobernador del Banco de España Luis Nicolau d’Olwer, en favor de los fugitivos.

La prioridad, antes de que la legación mexicana diera papeles al español evadido para que pudiera marchar a México o Venezuela, los dos destinos más comunes, era confirmar que realmente eran acosados en España por su militancia política. De esta tarea se encargaba la USC tomando declaración, escrita frecuentemente a máquina y en primera persona, al fugado y firmada por este. Entre ese centenar de historiales hay algunos casos en que se negó el apoyo —“de sus declaraciones hemos deducido que habían salido de España por falta de trabajo o dificultades económicas y no como perseguidos por sus actividades políticas”; “según varios compañeros, es acusado de confidente”—, pero la inmensa mayoría relata unas vidas de inconsolable desgracia y heroica resistencia.

Manuel Trigo Domínguez, sevillano, que acabaría la guerra como teniente y sería condenado a muerte e indultado a finales de 1940, declara el 4 de diciembre de 1946, al poco de llegar a Portugal, que era tal el acoso policial al que se veía sometido que tomó una drástica decisión: “Recurrí a fingirme loco como único medio de salvación. Estuve fingiendo hasta el 6 de octubre de 1946. En dicha fecha salí del manicomio de Miraflores de Sevilla, con permiso dado a los clientes mejorados (…), permiso que estoy disfrutando en Lisboa, fuera del terror fascista que asola mi patria…”. José Couvelo Lorenzo, de Pontevedra, de 28 años, recuerda cuando le llevaban prisionero al penal de Burgos “con los grillos en las manos corriendo la sangre” y cuando “los fascistas” le metieron “en una prensa de hierro para que confesase”.

Ángel López Sot, universitario malagueño y militante de las Juventudes Socialistas, fue hecho prisionero por soldados italianos en febrero de 1937. Logró escapar y regresar campo a través a su ciudad natal, pero fue detenido de nuevo al ser delatado por una vecina. “Días más tarde, a la una de la madrugada, fui conducido con nueve jóvenes más y una señorita al cementerio de San Rafael, donde fueron fusilados en presencia mía, librándome yo gracias a la intervención de un teniente que al tomarme el nombre y la edad se impresionó que fuera tan joven”.

Agustín Giménez Campaña, cordobés, fue condenado a muerte al término de la guerra. Su relato en tercera persona es de una impasibilidad desconcertante: “Trasladado al amanecer del 28 de mayo de 1940 al Cementerio Municipal del Este de Madrid y fusilado en unión de otros 50 sin ser herido ni recibir el tiro de gracia, pudo escapar y esconderse…”. Lograría huir a Portugal al segundo intento tras pasar por las cárceles de Zamora y Valencia.

Los papeles de Lisboa permiten establecer un patrón común en la odisea de los fugitivos: condena de muerte al acabar la guerra, conmutada luego por 30 o 20 años de cárcel, lo que daba paso a un periplo interminable por el gran presidio en que se había convertido España; después, el indulto, la delación, una nueva detención y fuga.

Los documentos dan idea también de la persistencia de la lucha guerrillera en aquellos años cuarenta. La resistencia, sobre todo de los militantes comunistas, es de una determinación épica, como ilustra el caso de Ángel Ansareo Grandas. Tras participar en la toma del Cuartel de la Montaña y combatir en los frentes de Guadarrama, Teruel y Cataluña, huye a Francia al perder la guerra. Allí permanece 10 meses, hasta que es entregado a Franco y encarcelado en Reus. Escapa y le detienen otra vez el 5 de mayo de 1940. Condenado a muerte en Madrid, es indultado en 1943. Inmediatamente vuelve a unirse al maquis y llega a presidir “el congreso que se celebró en Cobas (A Coruña)”. Con el nombre de guerra de A. Ribas, organiza varios grupos guerrilleros y mantiene cruentos enfrentamientos armados “con falangistas y guardias civiles”. Llegan a ofrecerse, según su relato, “medio millón de pesetas por noticias de su paradero”. Ante el hostigamiento al que es sometido por las fuerzas franquistas, cruza la frontera de Portugal, “sin rumbo conocido”, y llega a Lisboa en agosto de 1946. Su declaración jurada acaba: “Eliminando la descripción y hasta el recuerdo de otros muchos sufrimientos, solo me resta decir: ¡Viva la República española! ¡Viva la paz en el mundo!”.

Los documentos revelan el incansable trabajo del embajador sorteando toda clase de trabas para salvar vidas o reunificar familias, entre ellas, el apercibimiento de la propia Secretaría de Relaciones Exteriores, que en una carta del 7 de febrero de 1948 le advierte de las “irregularidades observadas en los requisitos indispensables” que deben cumplir los “asilados políticos”, o la prensa mexicana hostil a la solidaridad con los perdedores de la Guerra Civil. Un recorte de un diario incluido en una de las carpetas aprovecha el supuesto mal paso dado por uno de los republicanos españoles llegados a México para criticar la política de ayuda a los refugiados. Agustín Giménez Campaña había sido acusado del robo de 3.000 pesos a una señora. Su foto y la de su esposa aparecen sobre el titular: Dos pájaros de cuenta. La nota cuenta: “Son dos peligrosos maleantes de nacionalidad española que entraron en México merced a la generosa hospitalidad que les brindara en mala hora el Monje Loco de Jiquilpan [alusión al presidente Lázaro Cárdenas] en calidad de refugachos”.

La atmósfera política estaba cambiando en México. La solidaridad internacional como principio de la acción exterior establecido por los políticos cardenistas comenzaba a debilitarse. Arturo Bretón, sobrino de Bosques, le cuenta en una carta del 14 de mayo de 1948 que en el país “las cosas políticamente andan muy mal y hay mucho descontento con el Gobierno de [Miguel] Alemán, y los elementos que le rodean son una verdadera desgracia…”. En España, la dictadura se había consolidado y los exiliados dejaban de pensar en el regreso. A mexicanos y españoles les quedaría la memoria de unos hombres que lucharon por un mundo más justo.