La
Vanguardia | Francesc de Carreras
El nacionalismo, para afirmarse,
necesita crear un enemigo a quien echar las propias culpas. Esta es una de sus
principales características. Hasta ahora el nacionalismo catalán sólo ha
considerado como enemigo a España. Sin embargo, en los últimos tiempos, tras el
11 de septiembre pasado, la actitud política del Govern de la Generalitat
parece estar creando nuevos y poderosos enemigos.
La verdad es que CiU trasmite la
sensación de que el nuevo escenario independentista se ha improvisado: habían
organizado la manifestación del 11-S para apoyar el pacto fiscal pero resultó
que apoyaron la independencia. ¿Qué hacer? ¿Intentar contener el ímpetu de la
calle o encabezarlo? Escogieron la segunda vía: montarse en la ola populista,
no dar opciones a Rajoy y convocar elecciones. Pero sólo hasta ahí llegaron:
para los demás pasos todo parece indicar que no tenían ninguna hoja de ruta y
por eso improvisan.
Quizás si las elecciones se
hubieran celebrado a la semana siguiente de la manifestación hubieran tenido el
éxito asegurado. Las emociones mandaban y los ciudadanos eran aún poco
conscientes de la trascendencia y las implicaciones de la independencia. Pero
con el tiempo el debate está cambiando: de los sentimientos estamos pasando a
las razones, de la ilusión a los datos de la realidad, de la cruda realidad.
Porque, en efecto, la realidad, como se está viendo, es muy cruda y la única
respuesta de los independentistas es negarla. Ello se comprueba claramente en dos
ámbitos: en la relación con Europa y en la posición económica de Catalunya como
Estado soberano.
Hace tan sólo tres semanas,
sostener que una Catalunya independiente implicaba inevitablemente su exclusión
de la Unión Europea era considerada una opinión tendenciosa, parcial y
españolista. Aunque sólo había que leer los tratados comunitarios, la doctrina
de los juristas, los precedentes (la Comisión Prodi en 2004, Durão Barroso el
pasado agosto) para quedar convencido que era cierta. Tres semanas después creo
que nadie pone esto en duda: independencia significa exclusión de Europa. Sin
embargo, tanto el president Mas como los tertulianos habituales, siguen
negándolo sin alegar razón alguna, impávido el rostro.
Pero además de las razones
jurídicas, de gran peso en la Unión, por algo en Luxemburgo hay un Tribunal que
garantiza el cumplimiento de los tratados, tampoco las razones políticas abonan
que se facilite la independencia de Catalunya. ¿A quién le puede interesar?
Desde luego no a los estados con minorías nacionalistas (Italia, Francia, Gran
Bretaña, Rumanía, Hungría…), ya que una petición de independencia puede
provocar una cascada de otras peticiones. Les interesa menos aún a los
federalistas, a los partidarios de aumentar los poderes de la Unión. Si ya
consideran, con razón, que 27 estados fragmentan excesivamente el espacio
europeo, una escisión interna, y las que puedan venir, añadiría
ingobernabilidad en las instituciones comunitarias.
En este sentido, es incompatible
ser europeísta, querer fortalecer las estructuras políticas de la UE, con
pretender fracturar los estados que la componen. Un especialista en derecho
comunitario tan prestigioso como Joseph Weiler, en un memorable artículo (ABC,
3/XI/2012), ha sostenido que la independencia de Catalunya “va diametralmente
en contra del sentido histórico de la integración europea”. Y añadía: “¿Por qué
habría de resultar de interés incluir en la Unión a una comunidad política como
sería una Catalunya independiente, basada en un ethos nacionalista tan regresivo
y pasado de moda que aparentemente no puede con la disciplina de la lealtad y
solidaridad que uno esperaría que tuviera hacia sus conciudadanos en España.
(…) Al buscar la separación, Catalunya estaría traicionando los mismos ideales
de solidaridad e integración humana sobre los que se fundamenta Europa”.
El mismo rechazo se produce en los
ámbitos económicos internacionales. La simplista teoría de las balanzas
fiscales, es decir, que el ahorro generado por el cese de las transferencias a
la hacienda española es la solución a los problemas económicos de Catalunya, ya
no se tiene en pie. Lo que ahora valoran los analistas en la hipótesis de la
independencia son sus consecuencias sobre la inversión, los costes de la
transición, el reparto de activos y pasivos o el gran aumento de la deuda
pública catalana. Y la conclusión general es que la independencia sería
desastrosa sobre todo para Catalunya y también para España. Los informes hasta
ahora conocidos de muy reputados bancos de inversión (Union des Banques
Suisses, JP Morgan, Nomura, Royal Bank of Scotland) son demoledores. Tanto es
así que expresan su incredulidad respecto a la independencia dados los graves
perjuicios que causaría a quien la promueve.
Hasta ahora el enemigo era España.
¿Habrá que declarar también como enemigos a la Unión Europea y a la banca
internacional? Recapacitemos serenamente: los sentimientos son muy respetables
pero es el momento de dar un espacio a la razón, a la buena información, a
escuchar todas las opiniones. Y una vez valorado todo, decidamos.
Francesc de Carreras,
catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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