COMO primera medida de la regeneración política que
prometió en la campaña electoral, Izquierda Unida acaba de impedir en Andalucía
la comparecencia de Griñán y Chaves ante la comisión de investigación del
escándalos de los EREs. Quienes pedían la dimisión del presidente andaluz han
pasado en pocas semanas a blindarlo ante cualquier sospecha, sin duda
convencidos de su inocencia tras pasar a compartir con él las responsabilidades
de poder. Las lentejas de Esaú, metáfora de Julio Anguita para resumir la
estrategia de pactos de sus correligionarios, parecen de digestión rápida; no
hace mucho, uno de los actuales miembros del Gabinete de coalición
socialcomunista presumía de los explosivos indicios revelados en cierto informe
de la Cámara de Cuentas que conocía en su calidad de consejero de la misma.
Ahora que se sienta en la mesa de otro Consejo mayor, el de Gobierno, procura
que su flamante aliado no se resfríe al relente de una pesquisa parlamentaria.
Al calor de esas legumbres recién elaboradas en la
cocina de San Telmo, las investigaciones de la Guardia Civil y los autos de la
jueza Alaya se han convertido en plato de mal gusto. Qué persona educada,
sensata o agradecida podría pensar sin cuestionarse a sí misma que su amable
anfitrión pueda tener conocimiento de un asunto tan desagradable. Sólo desde la
mala fe puede formularse un razonamiento tan torcido: que los presidentes del
Gobierno que concedía las subvenciones ilegales estuviesen al tanto de las
mismas o que se hubiesen leído las advertencias de los funcionarios sobre el
extravío del sistema. Cuando se desempeñan altas responsabilidades, como
empiezan a comprobar los dirigentes de IU, el ejercicio del poder y la pasión
de la política absorben toda la energía disponible y no queda tiempo para
prestar atención a esas minucias administrativas.
Pero aunque el aparato de Izquierda Unida haya
alquilado su autorreivindicada primogenitura moral al servicio de un pragmático
acuerdo de reparto, sus líderes deberían mantener el ojo avizor si no desean
que les salpique la cobertura del escándalo. El tramposo montaje del EREgate va
a acabar mal y su tramo procesal más escabroso se va a atravesar en la ruta de
esta legislatura. Griñán y Chaves tienen, con comisión parlamentaria o sin
ella, serias posibilidades de terminar imputados a la vuelta del verano y sus
flamantes socios tendrán que hacer algo más que proclamar, como Marco Antonio, que
se trata de hombres honrados. Porque en el discurso ético de IU hay un renglón
subrayado que asocia la imputación de altos cargos con su dimisión inmediata, y
a los flamantes mandatarios de la «izquierda real» les va a resultar muy
difícil encontrar argumentos para saltarse precisamente ese párrafo. Las
lentejas del poder están muy ricas pero tienen riesgo de repetirse cuando se
comen demasiado deprisa.
COMO primera medida de la regeneración política que
prometió en la campaña electoral, Izquierda Unida acaba de impedir en Andalucía
la comparecencia de Griñán y Chaves ante la comisión de investigación del
escándalo de los EREs. Quienes pedían la dimisión del presidente andaluz han
pasado en pocas semanas a blindarlo ante cualquier sospecha, sin duda convencidos
de su inocencia tras pasar a compartir con él las responsabilidades de poder.
Las lentejas de Esaú, metáfora de Julio Anguita para resumir la estrategia de
pactos de sus correligionarios, parecen de digestión rápida; no hace mucho, uno
de los actuales miembros del Gabinete de coalición socialcomunista presumía de
los explosivos indicios revelados en cierto informe de la Cámara de Cuentas que
conocía en su calidad de consejero de la misma. Ahora que se sienta en la mesa
de otro Consejo mayor, el de Gobierno, procura que su flamante aliado no se
resfríe al relente de una pesquisa parlamentaria.
Al calor de esas legumbres recién elaboradas en la
cocina de San Telmo, las investigaciones de la Guardia Civil y los autos de la
jueza Alaya se han convertido en plato de mal gusto. Qué persona educada,
sensata o agradecida podría pensar sin cuestionarse a sí misma que su amable
anfitrión pueda tener conocimiento de un asunto tan desagradable. Sólo desde la
mala fe puede formularse un razonamiento tan torcido: que los presidentes del
Gobierno que concedía las subvenciones ilegales estuviesen al tanto de las
mismas o que se hubiesen leído las advertencias de los funcionarios sobre el
extravío del sistema. Cuando se desempeñan altas responsabilidades, como empiezan
a comprobar los dirigentes de IU, el ejercicio del poder y la pasión de la
política absorben toda la energía disponible y no queda tiempo para prestar
atención a esas minucias administrativas.
Pero aunque el aparato de Izquierda Unida haya
alquilado su autorreivindicada primogenitura moral al servicio de un pragmático
acuerdo de reparto, sus líderes deberían mantener el ojo avizor si no desean
que les salpique la cobertura del escándalo. El tramposo montaje del EREgate va
a acabar mal y su tramo procesal más escabroso se va a atravesar en la ruta de
esta legislatura. Griñán y Chaves tienen, con comisión parlamentaria o sin
ella, serias posibilidades de terminar imputados a la vuelta del verano y sus
flamantes socios tendrán que hacer algo más que proclamar, como Marco Antonio,
que se trata de hombres honrados. Porque en el discurso ético de IU hay un
renglón subrayado que asocia la imputación de altos cargos con su dimisión
inmediata, y a los flamantes mandatarios de la «izquierda real» les va a
resultar muy difícil encontrar argumentos para saltarse precisamente ese
párrafo. Las lentejas del poder están muy ricas pero tienen riesgo de repetirse
cuando se comen demasiado deprisa.
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