miércoles, 21 de noviembre de 2012

LOS POLÍTICOS

ISABEL SAN SEBASTIÁN
EMPIEZA a ser muy alarmante para la salud del sistema democrático la consideración que sus gestores, es decir, los políticos profesionales, merecen a la mayoría de los ciudadanos. Es la enésima vez en los últimos años que la encuesta del CIS los sitúa como la tercera preocupación de los españoles, por detrás del paro y la crisis económica, cuando deberían ser percibidos como parte esencial de la solución a esos problemas. Basta escuchar a los oyentes o espectadores en cualquier programa de radio o televisión para darse cuenta de hasta qué punto ha ido cayendo en picado la confianza que inspiran los dirigentes a los dirigidos. Es un fenómeno imparable, que amenaza con desacreditar el modelo pluripartidista en su conjunto, siendo ello así que hasta la fecha nadie ha sido capaz de proponer otro que garantice resultados mejores. La pregunta es ¿por qué?
Evidentemente no hay una única razón que explique el desprecio y hasta la inquina creciente de los gobernados hacia los gobernantes. Las dificultades económicas, el desempleo, los recortes en derechos y las nuevas cargas tributarias están detrás de una parte importante del distanciamiento. Pero tengo para mí que no es la esencial. Desde mi punto de vista son las mentiras, los engaños y las ocultaciones de nuestros personajes públicos las que justifican el resentimiento de una parte considerable del pueblo, tanto más dispuesto a la lapidación del cargo electo cuantos más casos de corrupción y nepotismo salen a la luz, a cual más escandaloso que el anterior, independientemente de que sean punibles o no de acuerdo con la legislación vigente. Si a eso sumamos la percepción, tan extendida como imposible de probar, de que existe una especie de pacto tácito en virtud del cual se tapan mutuamente las vergüenzas con el fin de no perjudicarse unos a otros, ya está completo el retrato de vampiros sedientos de impuestos y dinero público que muchos contribuyentes dibujan en sus cabezas. A ojos del español de a pie el «político» es un señor o señora que viaja en coche oficial, ha llegado hasta donde está merced al enchufe, tiene escasa preparación, dice lo que sea con tal de conseguir un voto, aun sabiendo que hará lo contrario de lo que prometió, se preocupa de sí mismo antes que de sus compatriotas, gana una barbaridad, por más que se recorte el sueldo, y tiene garantizada la impunidad haga lo que haga, ya que vive protegido por su cargo. Simplificando, ésa es la imagen. Y es tan injusta como peligrosa.
Dicho lo cual, si los profesionales de la política aspiran a perpetuarse y garantizar la supervivencia de una forma de democracia carente hasta hoy de alternativa, van a tener que esforzarse por transmitir mensajes capaces de alterar esa visión. Para empezar, sería muy deseable que la mentira fuese proscrita de la escena pública, penalizando severamente a quienes la practican e introduciendo en el discurso oficial el valor de la valentía inherente a decir la verdad, aunque duela, en materias como la fiscalidad o la investigación de casos tan repugnantes como el chivatazo a ETA. Urge igualmente desterrar a los corruptos y aprovechados que van a la vida pública a servirse y no a servir, aplicándoles castigos implacables. Y no estaría mal airear el sistema abriendo las listas electorales, con el fin de que los electores pudieran desmentir la afirmación de que quien se mueve no sale en la foto , hoy por hoy inapelable dada la cultura imperante en los partidos.
Si no son capaces de asumir el reto, pronto morirá la libertad.

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