«Con
Pujol retirado sólo quedaba aprovechar el momento del descontento de una brutal
crisis»
ANTONI COMIN I OLIVERES 22
NOV 2012 El País
En
1986 se podía hablar de luna de miel
entre el Principado y el Reino. Con 82 competencias traspasadas (hoy 189, en
mayor número que cualquiera como desde 1978), los catalanes (Tarradellas,
Pujol) se habían comprometido con el Estado. Por mandato constitucional
Cataluña había obtenido la plena autonomía desarrollando sus instituciones y su
lengua. España estaba tranquila; Cataluña había demostrado no sólo lealtad
institucional sino que había sido uno de los actores principales de la
Transición.
Tan
colmadas estaban las aspiraciones, que coincidiendo con las elecciones y
propiciado por CiU (Pujol), se quiso participar activamente en la política del
Estado a través del PRD (operación Roca). Recordaba el tándem surgido a
principios del XX bajo los auspicios de la Lliga Regionalista formado por Prat
de la Riba («Catalunya endis; hacia dentro») – Cambó («Catalunya enfora; hacia
fuera»), uno en Cataluña, otro en Madrid. Unos 70 años después, los políticos
catalanes insistían en esa contradicción política, como conocidamente tan bien
expresó Alcalá-Zamora (1918) cuando señaló: «S.S. pretende ser, a la vez,
Bolívar de Cataluña y Bismarck de España». Cambó, que era el aludido, reconoció
apesadumbrado que: «En el fons expressava una gran veritat».
Dentro
de la premeditada ambigüedad en la delimitación del marco competencial máximo
al que se aspiraba, en una célebre conferencia (1991) el president Pujol hizo
una defensa de la españolidad de Cataluña y lamentó que la voluntad de
intervenir directamente en la política española a través de la operación Roca
sólo encontrase «el rechazo». Se ponía de manifiesto, una vez más, que los
políticos catalanes se equivocaron con el método para alcanzar el espíritu de
la Lliga: «Catalunya gran dins una Espanya gran», que perfectamente podría
responder, aún hoy, al anhelo de la mayoría de los catalanes, si alguien no se
hubiera encargado de lo contrario. En lugar de reconocer el error, como Cambó,
se volvió a lloriquear: «Nos rechazan». Retrocedimos en el tiempo.
Con
el desastre de la operación Roca, los políticos catalanes se encerraron en su
feudo, sin más objetivo que «bunkerizarse» potenciando, como nuevos «señores»
del Principado, la influencia en su oasis. No buscaron otro modo de proceder
más acorde con la culminación, aunque siempre mejorable, de los objetivos por
los que tanto se había luchado. Para la «vuelta a los cuarteles» se necesitaba
alejarnos de España. Como denunció el historiador Xavier Casals refiriéndose a
esta época: «Cataluña experimenta una secesión ligera por la creciente lejanía
emocional que sus ciudadanos sienten hacia España. (...) están dejando de
sentirse españoles sin por ello devenir antiespañoles».
Recientemente,
con ocasión de una conferencia sobre la crisis económica (julio 2012), Pujol
llega a constatar: «(…) la carencia de una clase política española nacional y
patriótica. Capaz de atender al interés general». Evidente. Apoyar, en
ocasiones de forma determinante, la consolidación democrática o la
gobernabilidad del Estado, sin coadyuvar también mínimamente al mantenimiento y
desarrollo de vínculos y sentimientos comunes nos ha traído estas
consecuencias. La responsabilidad, sea cual sea su grado, debe ser compartida
entre Cataluña y el resto de España que, tradicionalmente, no ha diagnosticado
que el sentimiento, o su falta, es una bomba con espoleta retardada que sólo
espera el momento oportuno. Por contra, si los políticos del Principado, en
lugar de alejarnos de España, nos hubieran acercado, mucho más se hubiera
logrado. El temor a perder la identidad propia, que por otra parte es exagerado
para justificar el nuevo «señorío», ha sido un gravísimo error. Esa identidad,
cuyo máximo exponente es la lengua, ha sobrevivido siglos y a todo tipo de
situaciones; por añadidura, en el marco constitucional se expande sin trabas.
Pasó lo inevitable. Hay un refrán portugués que lo describe perfectamente:
«Palabra puxa (provoca) palabra». Los irreductibles del resto de España, y a
través de los medios utilizando un lenguaje desaforado, «entraron al trapo»
arrastrando a parte de la clase política, –que si bien no reflejaban el
auténtico sentir de España hacia Cataluña– volvieron a abrir una herida, cuya
infección, bien alimentada por los nuevos «señores», consciente o
irreflexivamente, hoy nos supura a todos.
Con
Pujol retirado (alguien debería ir pensando en hacerle un homenaje en vida, ya
que lo cortés no quita lo valiente) y siendo inalcanzable su talla política,
sólo quedaba aprovechar el momento del
descontento de una brutal crisis económica. Los «señores» han cambiado, las
situaciones –como iremos viendo– son similares. Cuando las cosas van mal, la
culpa siempre es del exterior. De paso, los «señores» buscan incrementar sus
regalías. Pero ello no puede llevar a España a que entre, de nuevo, «al trapo».
Ni por ella ni por los catalanes. Hay que vigilar, muy mucho, el lenguaje. No
hay que dar más excusas, porque una cosa es Cataluña y otra muy distinta, los
políticos que se apropian y dirigen su sentir. Todo lo que se diga sobre
Cataluña será, en mayor o menor medida, sentido por todos los catalanes. Eso lo
saben, y a eso juegan.
Los
hechos que rodearon la aprobación del Estatut de 2006, sin un gran pacto de
Estado y dejando fuera al PP, fueron otra gran equivocación aprovechando la
irresponsable promesa electoral y debilidad de Zapatero. Cualquiera podía
anticipar la sentencia del TC. La tomadura de pelo a toda España, fue
monumental. Cuando desde el Principado se piden explicaciones a Zapatero sobre
la sentencia del TC, el «ex» da por respuesta: «Misión cumplida». Él había
salvado su legislatura y para ello no dudó en frustrar (con muy poca base pero
dando una gran excusa), a muchos catalanes que no distinguirán tampoco a
Zapatero del resto de España. ¡Qué poca visión de Estado y que forma más fácil
de excitar el sentimiento antiespañol! Pero sigamos retrocediendo en el tiempo,
con una visión diferente de los hechos que la que se nos ofrece por los
«señores» del Principado.
Desde
el XIX hasta la Guerra Civil la política española se debatía, entre dinásticos
y republicanos, entre movimientos de la clase obrera y el caciquismo que
tampoco faltaba en Cataluña. La aspiración autonómica catalana se enmarco
cíclicamente en este entorno, coincidiendo siempre con lacerantes crisis
económicas. Hasta 1931, la política entre Cataluña y España viene marcada por
el movimiento regeneracionista y regionalista encarnado en la Lliga de Prat de
la Riba y Cambó. Se reclamaba (según Riquer, cuyo trabajo recomiendo) y salvo
minorías, la descentralización administrativa (Mancomunitat de las
diputaciones) y la autonomía federalista dentro de España, ambas superadas por
el vigente Estatut.
Ha
calado en Cataluña que la Guerra Civil, fue en buena parte una guerra contra
ella. A pesar de tratarse de una barbaridad histórica, que poco se habla en el
Principado de la enorme responsabilidad del establishment catalán y de sus
significados líderes que acabaron «de la mano» con los partidos de derecha
durante la II República. Nadie parece querer recordar su participación activa
en el Consell que sustituyó a la suspendida Generalitat de Cataluña desde 1934
a 1936, o el apoyo, tácito o expreso, al alzamiento militar de 1936 del propio
Cambó, Bertran i Musitu, Ventosa y Calvell, entre otros muchos. No eran
independentistas, simplemente formaban parte de una de las «dos Españas». Hoy,
superada esa división, nos enfrentamos a otra de origen y significado distintos
pero que pretende justificar sus raíces en hechos históricos, que por objetivos
admiten otras interpretaciones menos sesgadas. En EL próximo artículo seguiré
recordando la agitada historia de España del XIX en donde se enmarcó la
aspiración autonomista de Cataluña.
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